Oksana y su hijo Ivan en una de sus excursiones por Menorca.

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El año que ya ha pasado, cuenta Oksana, ha puesto a prueba su salud. Convive, desde hace unos 30 años, con una enfermedad renal autoinmune. Aun así, destaca, ha podido construir una familia, tener un hijo, estudiar una carrera y dos grados superiores relacionados con la administración pública y la economía, viajar y pasar el tiempo activamente. Sin embargo, la experiencia de la guerra ha marcado un antes y un después en su vida y su salud.

«Después del estrés vivido, mi enfermedad ha empeorado y me he convertido en una persona muy débil», reconoce. El trabajo que generalmente se oferta en Menorca, dice, «es físicamente difícil, imposible para mí» y sueña con encontrar alguno compatible con su estado para mejorar su español y disponer de ingresos para lograr independencia.

«Agradezco a mis amigos ucranianos Victoria y Ruslan que hayamos estado viviendo juntos todo este tiempo», explica emocionada, al mismo tiempo que dedica unas palabras a «Annette y Mike, que siempre han estado ahí y nos han ayudado moral y económicamente». La han acompañado en la preparación de todos los certificados y papeles, al hospital y a los servicios sociales. Por eso, afirma, ha encontrado a personas queridas en la Isla que la han apoyado y que se han convertido en una segunda familia.

No solo han estado pendiente de ella, sino también de su hijo Ivan. Interesado en astronáutica, aviación y programación, estudia ingeniería informática a distancia en una universidad ucraniana. Ivan también se forma en el IES Joan Ramis i Ramis y practica deporte. Además, asiste a cursos de español y catalán para aprender ambos idiomas y saber comunicarse. «Extraña mucho a sus amigos de Ucrania y espera encontrar nuevos amigos aquí», confiesa su madre.

Como el resto de refugiados ucranianos, Oksana e Ivan tienen muy presente a un grupo de voluntarios que, desde el comienzo de la guerra, crearon una especie de almacén humanitario en el polígono de Maó en el que recopilaron ropa, alimentos y enseres de casa. Ahora, reciben donaciones económicas y vales de compra que reparten entre los más necesitados. «Andrea, Sarah y Jocelyn son personas maravillosas, hacen todo lo que está en su mano y más para que nuestra vida en Menorca sea cómoda. Nos brindan todo lo necesario, hacemos quedadas y nos dan calidez y atención a cada una de las familias de Ucrania», asegura Oksana.

Conscientes de que no pueden regresar a Nikolaev, su ciudad natal, ubicada en el sur de Ucrania, recuerdan con cierta angustia que ya ha pasado un año desde que huyeron y que, desde entonces, han vivido una vida completamente diferente a la que estaban acostumbrados. «Es muy difícil entender que ya nada volverá a ser como antes», comenta Oksana, que intenta pensar en el presente porque «es difícil planificar un futuro del que no sabes nada». En este momento, relata, «todos estamos esperando la victoria y la paz en nuestro país, esto es lo principal, ¡gloria a Ucrania!».