En abril hará un año que Aleksandra llegó a la Isla junto con su hija Eva. Han hecho amistades y ya consideran Menorca como su segunda casa.

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Eran las cuatro de la madrugada del 24 de febrero de 2022. Oksana y su hijo Ivan recuerdan la hora exacta. Estaban durmiendo, pero una cascada de fuertes explosiones y el sonido de cristales rompiéndose en su casa les despertó de golpe. Desde ese momento, sus vidas han cambiado por completo. Lograron sobrevivir dos semanas en ese «infierno», en la ciudad de Nikolaev, pero aprovecharon el ofrecimiento de unos amigos y huyeron a Menorca. Aquí no escuchan las sirenas de alarma ni los bombardeos, se sienten protegidos. Aun así, su corazón permanece con los familiares y amigos que continúan en Ucrania y el dolor y el miedo a perder personas queridas se ha asentado en sus cabezas.

Este es el relato de Oksana e Ivan, un relato lleno de dolor y angustia compartida por todos los refugiados ucranianos que se han visto obligados a emprender uno de los viajes más angustiosos -sino el que más- que uno puede emprender. El viaje del exilio forzado por una guerra. El 24 de febrero se cumplió un año desde el comienzo de la invasión de las tropas rusas en Ucrania, la culminación de un conflicto que ha ido in crescendo desde hace más de una década. Temerosos de su seguridad y de la de sus hijos, decenas de ucranianos emprendieron un camino que les llevó hasta Menorca. Aquí han encontrado un rincón seguro, mientras están en vilo por sus compatriotas y esperan la victoria y la paz en su país.

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Los hombres no han podido salir

Mujeres y madres con hijos son el perfil de refugiados ucranianos que más se repite en la Isla. No es de extrañar. Desde el comienzo del ataque ruso, los hombres en edad militar tienen prohibido abandonar Ucrania, aunque hay excepciones. Son más de 100 los que han llegado a reunirse en Menorca, alcanzándose el pico más alto en junio de 2022. De ese centenar de refugiados ucranianos, tan solo quedan una treintena. Algunos han regresado a su país para intentar recuperar de las ruinas sus hogares y negocios. Otros han viajado a otras localidades en busca de más oportunidades laborales.

Aquí, en la Isla, la mayoría sigue viviendo con familias de acogida o dependen de Cruz Roja al no encontrar trabajo ni una vivienda asequible. Muy pocos han conseguido independizarse y vivir de manera autónoma con los ahorros que han conseguido después de trabajar en verano y con las ayudas de la administración y sociedad. Aun así, todos han hecho un gran esfuerzo para salvaguardar su salud mental y restablecer sus vidas tras abandonar sus raíces. Los niños van a la escuela y los adultos están aprendiendo español, algunos también catalán, y esperan poder volver a trabajar de cara a la temporada.

Los que ya están -y los que quedan por venir- no pueden volver a Ucrania. Allí la situación es bien dispar según la zona. Lo que sí se repite en todo el país es que la gente intenta seguir, dentro de lo que cabe, una vida normal hasta que suenan las sirenas de alarma. Es la manera que ha escogido el pueblo ucraniano para resistir a la guerra. «Vamos a seguir hasta el final, vamos a ganar, pero no sabemos cuándo ni cuántas vidas se perderán», confiesa Daria Iegorova, que reside en Menorca desde 2017. Mientras tanto, los refugiados en la Isla se mantienen a salvo y tratan de recomponer sus vidas.

La hazaña de una menorquina en Ucrania

Claudia Mayans, la joven menorquina que en 2022 estuvo en la frontera de Ucrania para atender a los refugiados, ha podido comprar gracias a donaciones alimentos que ha entregado a 40 familias necesitadas en la región de Ivankiv y las aldeas de su alrededor, donde, asegura, la ayuda humanitaria no llega por los cauces oficiales.

El apunte

Los más jóvenes, escolarizados y bien acompañados

Poco menos de la mitad de los treinta refugiados ucranianos que se mantienen a salvo en Menorca son menores. El camino de la adaptación ha sido largo y tortuoso para ellos, pero ahora viven felices, comparten amistades y organizan planes.

Desde que llegaron, tienen garantizado el derecho a la educación y la formación. Asisten a escuelas e institutos locales, a la par que continúan aprendiendo con sus profesores ucranianos de manera online. Algunos se han apuntado, además, a actividades extraescolares, como Daniela, que juega al fútbol, y Eva, que practica gimnasia rítmica.

En las aulas y espacios en los que desarrollan su potencial han encontrado altas dosis de compañerismo y empatía. Han logrado, así, establecer vínculos y tener nuevos amigos. Especialmente contenta está Eva, otra niña ucraniana con muchas ganas de que llegue el verano porque se irá de acampada con sus compañeros de clase.

A Dima le encanta pasar su tiempo libre rodeado de perros y acude a menudo a la Protectora de Animales de Maó. Sueña con fuerza poder adoptar a uno de los canes. Otros refugiados ucranianos más mayores, como Kirrill, que ya tienen edad de trabajar, aprenden nuevas habilidades para prosperar en esta nueva vida.