Maria Melià, en una imagen reciente, con un ramo de flores.

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Alumbrada en 1918, Maria Melià Orfila celebró el pasado 11 de enero 105 años, que luce con salud, elegancia, y una agilidad mental admirable en función de su avanzada edad. Más de un siglo de vida que abarca innumerables momentos, vivencias y experiencias; también muchos cambios sociales, acontecimientos históricos y avances tecnológicos. Imposible de resumir tan prolongada existencia en unas líneas, que sin embargo sí alcanzan para testimoniar los pasajes más significativos del recorrido vital de una persona que integra el reducido club de los privilegiados que superan los cien años.

«Nací en Es Mercadal, en el hospital, donde teníamos casa, pero de inmediato fuimos a S’Aranjassa, un lloc que mi familia tenía arrendado al doctor Llansó; la vida allí era maravillosa», empieza María, la tercera hija de ocho hermanos del matrimonio formado por Magí y Margarita. La dictadura de Primo de Rivera (1923-29), la II República (1931-36) y la Guerra Civil (1936-39), que estalló cuando nuestra protagonista contaba 18 años, fueron el telón de fondo de lo que pese a todo destacó como un feliz primer tramo de vida.

«Tuve una gran infancia, no recuerdo que nunca me regañaran. Frecuentábamos el cine del pueblo, e iba a la escuela, a casa de Doña Eugenia, después a ca ses monges, con mi hermano, que luego hizo el bachiller y quería ser veterinario, pero cuando debía marchar a Zaragoza a estudiar la carrera, estalló la guerra», rememora María Melià.

«Cuando estalló la guerra, salíamos de misa. Oímos a los soldados, no sabíamos que ocurría. Se llevaron a alguien preso, que gritó no sé qué, y todo el mundo echó a correr. En fin, vimos la guerra, la posguerra... fue un desastre. Al final de la guerra, las cosas estaban muy mal. Mi hermano estaba en El Toro, y venía con otros soldados, uno de Zaragoza, otro de no sé dónde, cada tarde a merendar y se llevaban la cena. Y muchas otras personas, la familia del doctor de Es Mercadal, de Luis Gomila, de can Blanco, las dos hijas de Can Manent... vivieron en casa hasta que terminó la guerra», continúa evocando nuestra centenaria protagonista sobre un conflicto civil al que siguió una dura posguerra, donde se mantuvo la generosidad de su familia, pues «había mucha miseria, en mi casa ayudábamos a la gente pobre, dábamos en ca ses monges, a los más necesitados».

La zapatería del Carrer Nou

Finalizada la guerra se casó, a inicios de los 40, «con 23 años». «Mi marido, Libre, nació en 1914 en Argentina, su familia había emigrado por negocios, luego regresaron a Fornells. Nos instalamos en Maó, montamos una tienda de zapatos, en lo que ahora es el Carrer Nou, junto a la joyería Vives. Hicimos mucha amistad con ellos, con el pintor... Y toda la juventud de Maó llevaba nuestros zapatos, nos sentíamos muy apreciados en la ciudad», prosigue Maria con asombrosa precisión. Y matiza el origen del negocio zapatero.

«Teníamos la fábrica de zapatos y de cinturones en Fornells, nos iba muy bien, pero siempre estábamos yendo a Maó, para comprar esto o aquello, y decidimos montar la fábrica aquí. Mi suegro tenía dinero y primero alquiló la fábrica, y meses después la compró. Pero luego hubo problemas y la fábrica se perdió».

La conversación bucea entre anécdotas. Y los últimos cien años y pico dan para mucho. «He tenido grandes momentos; mi boda, el nacimiento de mis dos hijas, Mari Luz y Conxa, mis nietos, mis bisnietos... nuestros veranos en Es Grau. Siempre íbamos a veranear a Fornells, hasta que descubrimos Es Grau. Nos hicimos la casa allí y solo había Can Bernat y las casitas que están en primera línea... hicimos muchas amistades», enumera Maria, que de inmediato comenta y lamenta «no tener» ninguna amiga viva.

Y es que el privilegio de su perdurabilidad incluye el peaje de enterrar seres queridos, aunque ninguno tan caro y dramático como el perder a un marido «a los 57 años» de cáncer, y por idéntica causa, un tiempo después, «a Luz, mi hija», cita Maria con tristeza.

Pero su vida actual le concede satisfacciones. La mayor, «mis cuatro nietos y mis ocho bisnietos, que no sé cuál de ellos es más guapo», enfatiza a la par que sus ojos resplandecen con orgullo de bisabuela, mientras uno de ellos, Pau, nos acompaña durante nuestro encuentro.

«Se me tiran encima cuando me ven, ahora esa es mi vida, los niños; estar con ellos, pensar en qué les puedo comprar, como repartir con ellos mi herencia, las cuatro cosas que me quedan», continúa. Su descendencia es un factor troncal de un día a día cuya rutina es tranquila. «Apenas salgo, para ir a la peluquería y poco más; me hago la cama y me apaño sola para manejarme en casa, aunque desde hace algún tiempo vivo en casa de mi hija y de mi yerno». Usa móvil, pero no hizo la transición a internet. Y asevera, al ser preguntada, no tener fórmula que explique la ecuación de su longevidad combinada con tan buen estado de salud.

Culé y pendiente de ‘Es Diari’

«No hago nada especial, mi dieta incluye de todo, tomo vino con la comida y un par de cafés diarios; voy dos veces al año al médico, pero son visitas de rutina. Nunca he pisado un hospital» –detalla–, su hermano, de 102 años, y una hermana de 98, aún viven también. Entre sus hábitos y costumbres, una insobornable; se confiesa «fiel» lectora del MENORCA. «Lo leo a diario, todo», revela. «Me encanta leer, y por otra parte soy muy del Barça, mi familia lo era mucho, sigo la actualidad del club al detalle. Y no me gusta la gestión de Laporta en su segunda etapa de presidente; echó a Messi... estoy muy disgustada con este Barça, no disfruto, la verdad». De su radiografía culé, a sus preferencias futbolísticas en el mapa local. «Soy de la Unión, iba mucho a San Carlos. Y Marcial y Van Walré, sus novias, vivían delante de mi casa, éramos amigos», relata.

Las películas de Paul Newman u otros actores contemporáneos al ‘gran galán’ encajan en las predilecciones de una mujer que, por otra parte, ha presenciado en primera línea la radical incursión de la tecnología en nuestro día a día. «Recuerdo la primera cocina de gas butano, mi marido la compró, de las primeras en la Isla; y el instalador empezó a decirme ‘esto es muy peligroso, que no haya niños cerca... total, que le dije a mi marido, ‘ya la usas tú, yo ni la tocaré’. Pero con el tiempo la usamos y funcionó muy bien, era a principios de los 50».

«En casa solíamos ser de los primeros en tener todas las novedades», apostilla. Luego devino la primera lavadora, en los 60; la olla a presión, la televisión, el vídeo, el siglo XXI... y ahí sigue Maria Melià Orfila, deslumbrante y disfrutando de la vida a sus 105 años de edad.

El apunte

La covid la merodeó de cerca... pero no se infectó

La covid ha sido la última gran catástrofe que ha azotado a la humanidad. Nunca antes en cien años Europa se vio tan amenazada por un virus cuya crueldad fue especialmente voraz entre la población de la tercera edad. No así con nuestra protagonista, a la que el coronavirus merodeó de cerca pero sin infectarla. «Vivo con mi hija Conxa y con mi yerno, Nardo. Ellos sí tuvieron covid, pero yo pude mantenerme al margen», explica Maria, que vivió la pandemia con 102 años y como uno más de los muchos episodios que ha contemplado a lo largo de su centenaria existencia.