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Y no me refiero, con la afirmación del título de esta columna, a posibles comparaciones entre la situación económica y/o social del país heleno con otros de la UE como Portugal, España o Italia; eso se lo dejo a los expertos y a los políticos. Pero después de los ajustes anunciados por nuestro presidente en España -y lo mismo pasa en otros países especialmente sensibles- la agitación social es algo más que una posibilidad, es un anuncio que incluso tiene ya fecha y hora.

MADRID, 14 (OTR/PRESS)

Y no me refiero, con la afirmación del título de esta columna, a posibles comparaciones entre la situación económica y/o social del país heleno con otros de la UE como Portugal, España o Italia; eso se lo dejo a los expertos y a los políticos. Pero después de los ajustes anunciados por nuestro presidente en España -y lo mismo pasa en otros países especialmente sensibles- la agitación social es algo más que una posibilidad, es un anuncio que incluso tiene ya fecha y hora.

La tragedia a la que me refiero se plasma en muchas imágenes que hemos podido ver estos días en Gracia y que muy posiblemente se repetirán en España: manifestaciones de funcionarios, forcejeos entre policías y jubilados, huelgas y protestas. Y esa visión resulta ya incongruente en si misma porque los policía que reciben la orden de cargar contra los funcionarios son precisamente funcionarios y no demasiado bien pagados. El intento de no emplear excesiva fuerza contra los jubilados, imagino que no está escrita ni posiblemente dada, es una reacción lógica, natural, que nace del respeto a los más débiles, lo mismo que pasaría con los afectados por la Ley de Dependencia.

Ningún gobierno, ni el griego ni el español, ni el portugués puede sentirse orgulloso de acometer este tipo de reformas. Pero la pregunta es si hay otra solución. Y la respuesta es, seguramente, no. Al menos, ya no. Y ese "ya" contiene el derecho del resto de los partidos a abandonar a ZP en su propio laberinto tanto desde la izquierda como desde la derecha. El pecado de ZP es el de haberse tirado de un caballo desbocado cuando desde todos los sitios se le venía aconsejando que se bajara cuando aun el equino de la crisis solo iba al paso, cuando ya había empezado a ir al trote y hasta cuando se veía claro que el galope era el preludio del desastre. No quiso bajarse entonces y hoy le han empujado y ya se con qué resultados: un ajuste durísimo, tardío, una vez más improvisado y que sin duda traerá efectos colaterales. Porque si se disminuye la capacidad adquisitiva de ocho millones de ciudadanos, entre funcionarios y pensionistas, y se le suma la precaria situación de los casi cinco millones de parados, tendremos una población de entre doce y trece millones de españoles para los que consumir lo que no sea básico les va a resultar un lujo inalcanzable. Y si no hay consumo interno en España, no hay crecimiento del PIB y si no hay crecimiento del PIB no hay creación de empleo.

No lo tenemos fácil. Las recetas de los sindicatos -que ahora protestan- son más retóricas que realistas y desde luego inútiles a corto plazo que es el que nos urge. La única salida es aquilatar lo anunciado y no aplicar ese 5% a todos los sueldos públicos sino mediantes unas tablas correctoras y facilitar las cosas, en la vida diaria a los más perjudicados. Pero entre estas medidas y la ya cada vez más inminente subida del IVA, vivir en España va a resultar para las clases bajas y medias un problema difícil.