TW
2

Agachen la cabeza y pónganla entre las piernas, quítense las gafas y aseguren sus pertenencias. Va a ser un aterrizaje complicado. Ese fue el mensaje que sonó por la megafonía del Boeing 737 de la compañía Norwegian que cubría la ruta entre Islandia y Madrid el pasado sábado. Entre los pasajeros, tres menorquines que regresaban de vacaciones se sumaban al silencio sepulcral –solo roto y subrayado por el llanto de un niño– que acompañó a un aterrizaje de emergencia al más puro estilo de las películas, eso sí, de las que tienen un final feliz.

Los hechos, relatados a este diario por Sol Moll, una de las menorquinas que lo vivieron en persona, se remontan al pasado y a la postre eterno sábado. Tras unas vacaciones de once días en Islandia, el vuelo que les llevaba de regreso a España partió a las 9.30 horas de aeropuerto islandés de Keflavíc con destino a Madrid. La duración prevista, poco más de cuatro horas. El vuelo empezó con normalidad, pero a mitad de camino el capitán informó de que una avería obligaba a desviar el vuelo hacia el aeropuerto de Birmingham: «El capitán dijo que no nos asustásemos, que no nos preocupásemos y es precisamente lo que haces cuando te dicen eso», relata Moll, quien reconoce que «pensamos que la cosa no pintaba bien porque la tripulación estaba muy seria».

Poco después les informaban de que el problema había sido causado por el impacto de un ave, aunque horas más tarde desde el medio local Birmingham Live aseguraban que se trataba de «un problema hidráulico». Sea como fuere, la emergencia estaba declarada, con todo el protocolo que ello comporta. Se desviaron vuelos desde Birmingham para hacer un hueco al vuelo procedente de Islandia, dejando en tierra a multitud de pasajeros.

En el interior del avión la situación era tensa. Moll relata que lo que más le impresionó fue el proceder del personal de cabina: «Repetían una palabra en inglés alternándose», una especie de mantra que, sin entender literalmente, los menorquines interpretaron como un «si escuchan nuestra voz es que todo va bien». Y todo fue bien. Sobre las 14 horas el avión tocó tierra: «Había mucho ruido y todo se movía» relata la pasajera menorquina, ya en casa.

Tras el interminable proceso de frenado –todavía hay dudas si el problema fue en el tren de aterrizaje–, en pista esperaban varios camiones de bomberos, que rociaron con espuma el aparato. El peligro había acabado, pero no la odisea. Por motivos de seguridad, los pasajeros permanecieron en el aparato alrededor de 40 minutos hasta que fueron desembarcados: «Cuando llegamos a la terminal se desataron los llantos». Los nervios se destensaban. Horas más tarde, ya de noche, el avión –el mismo avión– partió con destino al aeropuerto de Madrid, donde la expedición menorquina pasó la noche y ya por la mañana tomó el primer vuelo para llegar a Menorca tras 24 memorables horas sin dormir.