El último robo de barreras típicas se cometió hace unos días en la finca de Binipati, en el Camí de la Trinitat. | C. T.

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Las barreras de acebuche que pueblan los caminos rurales de la Isla son objeto de deseo de personas amigas de lo ajeno que ven en este signo de identidad menorquina una posibilidad de lucrarse revendiéndolas o bien de aportar un elemento decorativo original a su propiedad después de provocar un auténtico quebradero de cabeza a sus dueños. El robo de barreras puede pemitir la fuga de los animales que pastorean por la finca con el peligro añadido de que acaben circulando por los caminos próximos.

Hace unos dos meses se detectaron dos robos de barreras de tamaño menor, de un metro por un metro, en la zona del Port d’Addaia. El año pasado se dieron otros casos de hurto de barreras de acebuche en diversos caminos entre Fornells y Son Parc y otras dos en Cala Blanca. En los últimos días, han robado las dos barreras de una entrada a la finca de Binipati, en el Camí de la Trinitat, de Ciutadella, con la consiguiente denuncia de su propietario ante la Policía Nacional.

«Yo conocería una barrera hecha por mi si la veo en otra finca o como cabezal de una cama, que es otra de las utilidades que se les está dando», explica el artesano Miquel Gomila Carreras, de Es Mercadal. Él, como otros araders consultados, coinciden en que la mayoría de las que se roban acaban recicladas como objetos de decoración.

Carlos Moll, de Ferreries, explica que ya suele incorporar un sistema de seguridad para evitar que las roben, ante la reiteración de los delitos y la demanda de sus clientes. En ese caso les instala una pieza metálica entre dos de los listones de la barrera y la clava en los cantones donde se sujetan las barreras a ambos lados de la entrada.

Punto de vista

La demanda se dispara y algunos artesanos están desbordados

Entre 150 euros, si es de tamaño pequeño, y hasta 800 euros si es del tamaño mayor cuesta una barrera típica menorquina de acebuche. La demanda en los últimos tiempos se ha multiplicado, señalan los artesanos, alguno de los cuales está desbordado de trabajo, como Miquel Gomila, de Es Mercadal. Los nuevos propietarios de fincas, muchos de ellos franceses, las encargan en gran número para renovar las viejas, o bien para decoración. «Lo más difícil es elegir las barras de madera, luego hay que dejarlas secar durante unos dos años antes de montarlas. Es un trabajo artesano que requiere entre 12 y 15 horas por barrera», indica Carlos Coll, de Ferreries. «Hay que actuar con paciencia y    no fijarte en el tiempo», resume Sebastià Moll, de Ciutadella.