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El tono apagado y tristón con el que Paco Olmos se enfrentó a la realidad postpartido fue proporcional a las ilusiones perdidas tras una manifestación deportiva intensa que incluyó emoción, stress y desencanto. Esa desazón era común en el rostro de los aficionados que se habían dejado las cuerdas vocales en la grada para evitar el desenlace final, cuando abandonaban cabizbajos el Pavelló.

El Menorca enterró ayer en la pista un pedazo considerable de opciones para atrapar la permanencia, que se aleja irremisiblemente aun cuando faltan trece jornadas para la conclusión. Es la consecuencia ajustada a una trayectoria que le guía hacia el descenso después de presentar un solo triunfo en los últimos 11 partidos que ha jugado.

Corto de talento, justito de calidad pero sobrado de esfuerzo, el grupo menorquinista –más los titulares que los suplentes cuya aportación se circunscribe normalmente al apoyo entusiasta desde el banquillo– hincó la rodilla de forma cruel cuando había tenido arrestos para la remontada.

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De poco le sirvió. Cuando no es el perímetro, es la pintura; cuando no es la defensa es el ataque, y ayer además, los errores habituales en los tiros libres le condenaron a la nueva decepción que le acomoda en el pozo clasificatorio. Habrá que comenzar a preguntarse si aun con los limitados recursos no pudo haberse formado un plantel algo más competitivo que este. En todo caso, aún hay orgullo, aún hay partidos y, por tanto, todavía queda fe por más que lo de ayer suponga un revés trascendental.

Sabíamos lo que podía pasar cuando el Menorca se adentró en esta peligrosa aventura y ese es el motivo para la condescendencia de la afición que, sin embargo, no debe confundirse con una resignación apresurada. Mientras haya posibilidades matemáticas, habrá esperanza. Pues eso.

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Artículo publicado en el "Menorca" el día 21 de febrero de 2011 tras la derrota ante el Alicante