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El play-off por el título de la Superliga de voleibol se ha ceñido escrupulosamente al guión preestablecido desde que dio comienzo. Anulados los incómodos semifinalistas –mucho más el Universidad de Burgos que el Jamper Aguere– se plantan en la madre de todas las batallas por la hegemonía del voleibol femenino nacional los dos equipos que debían estar en ella porque son los mejores del campeonato, el Valeriano Allés Menorca Volei y el CAV Murcia 2006.

El cuadro de Ciutadella está en el momento cumbre de sus 25 años de historia porque se dispone a jugar la gran final con opciones reales de conquistarla por la calidad de su plantilla que no tiene que envidiar a la de su bestia negra murciana.

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Campeón de campeones, habituado a rentabilizar los vacíos de la normativa y su peso en la Federación para llegar con ventaja al punto determinante de cada competición, el Murcia vuelve a cruzarse en el camino del Valeriano Allés. Pero esta vez hay elementos que determinan una puesta en escena distinta y si alguno de los dos finalistas parte con ventaja, ese es el equipo de Ciutadella porque tiene más hambre, porque ha sido el mejor de la fase regular, sigue invicto en Ciutadella, y sobre todo, porque tiene el factor cancha de su parte. De acuerdo que estos componentes abstractos no garantizan una ventaja tangible, pero deben servir para que el voleibol sea justo con el club por los méritos acumulados en los últimos años.

Conquistar la Liga será la gloria para un equipo que ya es el campeón moral porque su insólita posición, en la final de una Liga profesional, es un registro que sólo este mismo club logró el año pasado aunque entonces el título no era su meta. Por este mismo motivo, si se escapa, la decepción, que no el fracaso, será también inevitable. El equipo y, a su lado, toda la Isla tienen que impedirlo en los dos o tres partidos que pueden jugarse en Ciutadella.