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El domingo a mediodía el perfil de la costa de Mallorca lucía en la bahía de Ciutadella bajo un cielo azul y soleado. Parecía tan cercana... Mientras observaba esta estampa marinera me acordé de Eivissa y Formentera. Evidentemente, estaban fuera de mi alcance visual. De hecho, sentí el efecto contrario. Qué lejos quedan... Ya hace años, bastantes, que no he ido a las Pitiusas y no creo que sea una excepción entre los menorquines. En un territorio separado por el mar, y en el que cada isla suele ir a la suya, el famoso eslogan «Quatre Illes, un país, cap frontera» suena a quimera.

Estos días, con motivo de la Diada de Balears, redoblan los intentos de alumbrar un sentimiento de pertenencia a una realidad social común. Es tarea difícil cuando los recorridos históricos son distintos. Los sucesivos governs y consells se han empeñado, con más o menos entusiasmo, en convertir una celebración en lo que en la práctica es un motivo para hacer puente y este año además para disfrutar del Carnaval.

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Normalmente cuando me preguntan por ejemplo en Madrid ¿de dónde es usted?, la respuesta es: de Menorca (es habitual que entiendan Mallorca). Raro es que diga Balears, sino es en ámbitos administrativos. Y no creo que sea un bicho raro (como orientación basta con consultar el resultado de la encuesta que sale en esta misma página).

Y si por la base falla esta unidad, por la alta política tampoco no se ha terminado de concluir la estructura administrativa (financiación o traspaso de competencias a los consells). Por no hablar de la doble insularidad, transporte...

Nos conocemos, la relación es buena... pero estamos tan cerca como lejos. La pregunta es cómo, y quién, puede hacernos una Comunidad real. Y si ésto es posible, claro.