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Por cuestiones de horario laboral me suelo librar de una de las tareas domésticas: tirar la basura y reciclar los residuos que generamos en el ámbito familiar. Sin embargo, de vez en cuando sí que me toca ir al punto de recogida selectiva que desde hace tiempo tiene una cámara de vigilancia. Está cerca de Sa Garrigueta, en Sant Lluís. De forma inconsciente suelo mirar al artefacto que comprueba que actúo correctamente. La verdad es que me da igual, porque no creo que la grabación despierte mayor interés en la sala de máquinas. Cumplo con las normas establecidas y tampoco me preocupo de si alguien considera que mi atuendo no es el más adecuado (no soy una celebrity que vaya a ser presa de la prensa del corazón).

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Todo esto viene a cuento porque hace poco tuve que soportar las quejas de un conocido por la instalación de puntos de 'videovigilancia' en Maó. Yo le repliqué que también hay sistema de radares o controles de alcoholemia... Añadí que si se adoptan estas medidas es porque hay personas que no actúan de forma cívica. En definitiva, le repliqué que no creo que haya una intención de crear un gran hermano. «Los que fallamos somos nosotros» le dije. Me miró con cierta condescendencia y me soltó «qué ingenuo eres, todo se resume en un afán recaudatorio». Es verdad que a veces la Administración se suele pasar un pelín, pero como no nos poníamos de acuerdo lo dejamos ahí.

Pocos días después, circulando por la Carretera General entre una caravana de coches, un vehículo desbocado realizó un adelantamiento temerario que a punto estuvo de terminar en una colisión en cadena. Entonces, recordé la citada conversación y lamenté que no hubiera una cámara que identificara al conductor. A nadie le gusta que le vigilen, pero por desgracia hay mucho incívico suelto. Y gracias a ellos tenemos este gran hermano.