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Confieso que me ha sorprendido el número de personas interesadas en entrar en política, más 700 en la Isla, según informa este diario. Y más cuando no hace mucho los ciudadanos eran reacios a militar en unos partidos que se las veían y deseaban para completar las listas con las que concurrir a unas elecciones. Tradicionalmente, se movilizaban los militantes que querían escalar posiciones con la aspiración de optar a un cargo público que daba notoriedad, y además, en no pocos casos, una forma de ganarse la vida. Evidentemente no se puede generalizar, aunque los puestos de salida están muy cotizados.

Pero el descrédito en el que ha caído la clase política, principalmente por los numerosos casos de corrupción, unido a la corriente de opinión que piensa que se ha de romper con el tradicional bipartidismo, encarnado en el PP y PSOE, ha originado esta necesidad de promover un cambio. Se ha pasado de la indiferencia al compromiso social que apuesta por la urgencia de acometer un revulsivo que regenere la democracia.

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Este fenómeno se ha traducido en la aparición de opciones alternativas, principalmente vinculadas a la izquierda, que se sustentan en los movimientos surgidos del descontento. Ante este empuje, populares y socialistas han visto cómo sus cimientos se tambalean. No obstante, ambas formaciones siguen contando con un amplio número de fieles tras los que se atrincheran.

Además, en cada convocatoria a las urnas hay una oleada de nuevos votantes. Jóvenes que analizan la realidad de una forma diferente, que padecen un futuro incierto y que reclaman soluciones diferentes a los nuevos problemas a los que se enfrentan.

Si algo ha tenido de bueno esta decadencia de las formas tradicionales de ejercer la política, es que el llamado pueblo quiere ser protagonista en la transformación del sistema.