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Siempre me he lamentado de que nuestra formación escolar carezca de asignaturas propias del vivir diario. Creo que nosotros deberíamos saber coser un botón y ellas montar un enchufe eléctrico. Pero la realidad es que nos acordamos de Santa Bárbara cuando llueve o, lo que es peor, cuando aparecen relámpagos y truenos.

Dentro de esta columna del debe pedagógico echo en falta, también, una asignatura –o taller- para entender algo tan real como la muerte. Cada cultura tiene una manera diferente de enfocar el duelo y así topamos, por tomar un ejemplo, con los americanos que sirven un ágape para todos aquellos que acuden a mostrar sus condolencias al hogar de los familiares del difunt@.

A falta de una formación oficial, paradójicamente la vida te va formando –a base de zarpazos- para entender que este ciclo existencial tiene un alfa pero también un omega. En la antología del absurdo y por mil cien motivos diferentes, sorpresivamente fallecen bebés, niños, adolescentes, amigos, abuelos, padres, hermanos… Absurdo porque parece dispensar bula y protege al provocador pero se ceba con inocentes y amantes de la vida.

Creo sinceramente que si bien tenemos temor a lo desconocido, a la vida después de la vida, lo que nos preocupa es el cómo morir. Hay quien se va a dormir y ya no despierta nunca más, conocida como 'muerte dulce'… para el que se va, pero terrible para los que se quedan. Tenemos terror al paso previo, al ingreso hospitalario y que nos entuben hasta por las orejas, a las sesiones dolorosas, a las agujas… al vernos morir sin poder pararlo de ninguna manera. Y es que cuando el tren viene a 200 km/hora dispuesto a arrollarte…

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Como apuntaba más arriba, tú escribes tu propia cultura de la muerte y consiguiente proceso de duelo. Al abrir mi correo electrónico de hoy recibo la noticia luctuosa que Mercè nos ha dicho 'adéu' para siempre. Entonces tras el primer lamento de sorpresa y dolor, rebobino mi vida, me encuentro con ella en los talleres de fotografía de Ana Capó y los míos de prensa en el Centro de Personas Mayores del Camíi des Castell. La recuerdo aferrada a esa sonrisa singular y a su catalán a caballo con el acento –no se por qué- valenciano. Siempre agradable, dispuesta a un amago de sencillez que con el paso de las horas tornaba en puntal de participación. Peleando con su 'fuji' me decía 'jo vaig amb el Rafa', aunque después en vez de dividir, creo que multiplicaba sus dudas. Era una enamorada de sus hijos, de su madre, de su familia, de su entorno, de Menorca, de la vida.

Luego, suele pasarme también, me recrimino que debí escribir o llamarte, pero como pasa en estos casos, creemos en una efímera eternidad que nos faculta a posponerlo para más tarde. Lo siento, Mercè.

Me resisto a que me pueda el dolor de tu partida sobre la alegría de haber sido tu amigo. Por tanto, 'mercès' por haber subido al vagón del tren de mi vida para enseñarme que no sólo triunfan los que suben a un pódium a recoger laureles. Necesitamos heroínas luchadoras como tú que encaran con suma valentía un pulso que a veces se gana y otras… otras no.

Echaré de menos tus risas y tu forma de tratarme, con respeto, afecto y cariño… gracias de todo corazón, amiga mía.

Adéu, Mercè.