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Es un clásico del verano: todo se aplaza hasta después de fiestas. Lo que nunca se dice es a qué celebraciones, de las múltiples que pueblan el calendario, se refiere. Agosto parece que no existe pero, salvo que Iker Jiménez diga lo contrario, pasa todo y de todo (o al menos se cuece algo). Y aquí en Menorca damos la vuelta a la noria de la actualidad año tras año.

Agosto es lo que es. El mes de vacaciones por excelencia. Si hace buen tiempo (hay opiniones para todos los gustos), las playas se llenan. Si aparece una nube, las poblaciones se colapsan. Esto pasa aquí, en Cerdeña o la Costa Azul.

Lo que ocurre es que pase lo que pase nos quejamos. Sea lo que sea. Estamos en el verso o el reverso. Que si hay mucha gente o poca, que si el tráfico masivo, que si la ocupación de la playa molesta, que si hay mucha la cola en el mercado... Es lo que hay y agosto es agosto. Ahora molesta y en invierno se añora.

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Lo malo de este paréntesis es que no se acometan los problemas que nos acosan, y acotan, durante todo el año. Más allá de que estemos con o sin (des)gobierno nacional por la ineptitud de los líderes de los partidos con mando y plaza, los atolladeros locales que nos salpican a lo largo de enero a diciembre siguen caminando a paso lento.

¿Qué pasa cuando no pasa nada? Que no se avanza y que estos 31 días son una excusa. Pues hay muchos agostos pendientes. Todo se aplaza para después de las vacaciones. Es como las promesas de año nuevo, que al final no se cumplen.

Yo espero que iniciado septiembre, eso sí pasadas las fiestas de la Mare de Déu de Gràcia, no tener que volver a tener noticias guadianas, que aparecen y desaparecen. No obstante, creo que tendré que seguir aguantado el debate sobre la masificación, la carretera general, el crecimiento/decrecimiento y la, ¡ay! desestacionalización.