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Resido en Sant Lluís y hasta mi lugar de trabajo en el Polígono Industrial de Maó tengo que realizar entre dos y cuatro trayectos, según los días y las circunstancias, cada uno de ellos de aproximadamente 6 kilómetros. En total, y contando los posibles desplazamientos por otros temas particulares y extras, hasta casi 30 kilómetros (si no más) por jornada. ¿Y a qué viene este rollo? Pues porque así como está el transporte público tendría que tener mucha suerte para poder cuadrar mis rutas.

Pongamos por ejemplo que tengo que ir al diario «Menorca»: en invierno hay menos frecuencias entre Sant Lluís y Maó, mientras que en verano los autobuses van saturados y corres el riesgo de quedarte en tierra. Además, si consigo plaza cuando llego a la terminal he de pillar el vehículo que realiza la ruta urbana. Cuánto tiempo puedo tardar en llegar a mi destino y cuánto me costará (solo el billete de ida, 1,65 euros más otra cantidad, similar para ir a POIMA). Vale me puedo sacar un abono, pero a los billetes he de añadir la incomodidad de no saber exactamente cuándo estaré en mi mesa de trabajo. No quiero ponerme como víctima, pero en mi caso ser un buen ciudadano, es como mínimo incómodo. Conclusión, recurro al coche, bicicleta o moto. De esta manera sé que llegó en tiempo y forma (y creo que hasta ahorro).

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Los problemas que estoy contando en primera persona coinciden algo con el dictamen del plan sobre el servicio regular por carretera elaborado por el Consell. Más carencias que eficiencia, hacen que los ciudadanos opten por tener entre uno y dos automóviles por familia. Ergo, las carreteras se saturan y cuando llegan los turistas se desbordan.

El plazo que establece la administración, de diez años, para la mejora me parece demasiado largo. Eso sí, a lo mejor está todo solucionado antes que la estación de autobuses de Ciutadella.