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Es curioso. Vivimos en un Estado, Comunidad Autónoma e Isla del denominado mundo libre. Y así es si se mira cómo está el mundo exterior. Sin dudar de las bondades de esta monarquía parlamentaria en la que vivimos, con todos los defectos y matices que cada uno le quiera poner a la democracia (de momento es el menos malo de los sistemas políticos), también es cierto que la libertad individual en España se ha ido acotando, ahogada en un exceso de leyes, normas, preceptos y demás indicaciones /contradicciones en el contexto diario en el que nos movemos.

Cada decisión o acción de nuestra jornada cotidiana está, aunque no seamos conscientes de ello, condicionada por el marco del enorme andamio legislativo de las diferentes administraciones (creo que excesivo), de las convenciones sociales, consejos médicos, obligaciones laborales, de lo que diga la comunidad de vecinos, de no saltarse el manual de tráfico o peatón, los consejos de vida saludable o para ser feliz, de cómo nacer o morir... de tantas y tantas cosas, desde que te levantas hasta que te acuestas.

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Suena el despertador, abres los ojos y la maquinaria se pone a funcionar. Poco a poco el traje a medida te viste el día, que según cómo se lo tome uno podría ser el de la marmota. ¿Y los días libres, festivos o fines de semana? También, además de hacerse el perezoso, hay pequeñas o grandes cosas que hacer, eso sí con más cariño y amor que las tareas de la semana.

Que nadie me malinterprete. No soy partidario de la anarquía ni de permitir de que cada uno haga lo que quiera. El orden contra el caos. Pero podemos llegar al extremo del absurdo como ocurre en Michigan , donde los espectadores de un equipo local de hockey sobre hielo tienen prohibido lanzar pulpos a la pista.

¿Y cuando dormimos somos libres? Difícilmente, porque la mente también nos da órdenes.