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A las personas como yo que solamente distinguimos los colores básicos, a veces la vida se nos complica cuando te dicen si una pared quedaría bien pintado en blanco roto o en oliva pálido. Es un trance que hay que pasar de la mejor manera posible. Un militar intentó quitarme los complejos (no superados). Alegué para librarme de la mili que no interpretaba bien la gama del arco iris y me soltó algo así como: si nosotros vamos de blanco y el enemigo de rojo ya sabes a quién disparar. Afortunadamente, no he tenido que pegar un tiro en lo que llevo de vida.

Volvamos a los colores. Si uno repasa su hemeroteca vital puede ver si ha sido azul, verde, rojo o violeta. Pero ahora está de moda el morado. Antes del 15-M, era una señal de que te habías pegado un golpe y te salía un moratón.

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Actualmente, esta tonalidad identifica al partido que, todavía, lidera Pablo Iglesias, un hombre con muchas aristas (como todos los políticos) que además quiere quitarle el sitio a los colorados de la rosa. Pero de la libertad pregonada al establishment del poder hay una frontera muy sutil.

Hoy Podemos tiene dos moratones: Xelo Huertas y Montserrat Seijas. Rebeldes con o sin causa que se aferran a la silla y a la presunción de inocencia. Es lícito, pero ha sido pillar cargo para que la cosa cambie. No es lo mismo ver los toros desde la barrera que torear. A todos les pasa, sean de donde sean y de donde prodezcan ideológicamente.

Al final volvemos al principio, ya no sé a qué color mirar, porque no los distingo. Para mí todos son iguales. No hay aguamarina, albaricoque, amaranto, ámbar, añil, argén, fucsia, gamboge, granate.... Uno se colorea cada día de lo que cree, es o duda. El problema es que todo acabe en un fundido en negro y que se dispare al que no se pinte como nosotros.