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El lugar en el que habitan tantas y tantas cosas que se nos escapan de las manos es un misterio. Hay intangibles. Nina Simone preguntaba Who knows where the time goes? (¿quién sabe a dónde va el tiempo?) o, por citar otro ejemplo, Víctor Manuel nos canta A dónde irán los besos que guardamos, que no damos… En ambos casos la respuesta tiene difícil solución. Son orillas perdidas o no encontradas.

Luego están los temas tangibles que, de repente, se convierten en una incógnita. Podría seguir tirando de poesía, pero en este caso seré menos lírico y apuntaré a un tema que nos afecta directamente al bolsillo: el dinero público que, sea por lo que sea, se esfuma y al que le sigue una deuda que hay pagar. Si este déficit que aparece está justificado se acepta, aunque toque las narices. Vamos, que nos podemos consolar diciendo: disfrutemos de lo gastado. El problema es que los euros desaparezcan y que no sepamos a dónde han ido.

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Todos o casi todos tenemos cuentas pendientes en el ámbito particular, es difícil a escapar a ellas a menos que se tenga una abultada cuenta corriente. Pero, y volviendo a las altas esferas, lo de las comunidades autónomas empieza a ser no un problema sino una pesadilla. En Balears, los datos son escalofriantes. El Govern cerrará el año con una deuda cercana a los 9.000 millones, lo que significa –según calculaba este diario- que los ciudadanos de las Islas deberían destinar 112 días del año a trabajar sin cobrar para liquidar este lastre.

Si toda esta pasta era necesaria para darnos algunos regalos de bienestar, se podría hasta comprender. El dinero no sobra y a nuestro archipiélago no llegan todas las monedas que debieran. Pero si una parte se ha perdido en alguna fiesta o mala gestión, la cosa cambia. ¿A dónde han ido esos 9.000 millones y para qué? Porque, si además de pagar impuestos se suman los adeudos… vaya tela.