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Nací en otra isla, en Las Palmas de Gran Canaria, y pronto cumpliré los 58 años. Acostumbrado a viajar desde pequeño, como todo hijo y nieto de militar, sigo transitando por tierra, cielo y mar. El Ejército me brindó la oportunidad de participar en importantes operaciones de ayuda humanitaria: en Nicaragua y Honduras, tras el huracán Mitch de 1998; en Mozambique, tras las inundaciones del 2000; en Indonesia, asolada por el Tsunami en 2005; en Líbano, como boina azul de Naciones Unidas, en 2007. Estas experiencias inolvidables me reafirmaron en la importancia de que, para reconstruir, hay que "aportar tu granito de arena y arrimar el hombro, allá donde fueres".

Desembarqué en Menorca un mes de octubre del 2013. He recorrido cada tramo del "Camí de Cavalls" y he podido comprobar que Menorca no sólo enamora en el bullicio del verano. También en el sibilante invierno. Recién llegado, acepté la invitación de mis compañeros de voluntariado, para participar en este gran proyecto. Al principio pensé: "nada perderé por echar un rato los domingos en la Isla del Rey". Desde entonces no he dejado de acudir, salvo los viajes a casa. Durante estos casi cinco años he podido comprobar cómo esta legión de activistas no paran quietos: se sienten con ganas de cambiar el mundo empezando por su pequeño mundo: esta pequeña isla en el Puerto de Mahón.

Ser voluntario, además de ser una forma solidaria y desinteresada de cooperar con tu comunidad, es, sobretodo, una actitud ante la vida. Se trata de dedicar tu tiempo y poner tu capacidad al servicio de los demás. Desde el primer momento reconoces el esfuerzo que todos ofrecen para dejar un legado del que se pueda sentir orgulloso el siguiente relevo: nuestros jóvenes.

Me enorgullece ver a los hijos ayudando a sus padres y a los padres hablar con orgullo del rastro de sus abuelos en la Isla. A jóvenes compartiendo momentos con los jóvenes de espíritu. A españoles cooperando en solidaria reciprocidad con ingleses, franceses, italianos, etc… Todos trabajan sintiéndose igual de valiosos. Esta es la verdadera crónica: el voluntariado como aderezo del entendimiento generacional y también cultural.

Esto es lo que me aporta ser voluntario: una gran satisfacción, me reconcilia con la tierra y sus gentes. Ves renacer las cosas. Cada piedra colocada resucita una historia, cada habitación guarda una huella de los que allí estuvieron, a modo de homenaje. ¡Es verdad! Nada se pierde ni se olvida, todo lo que se reconstruye con las propias manos aviva nuestro aprecio y admiración.

Aprovecho esta tribuna para despedirme. Vuelvo a casa, no sin antes agradecer la oportunidad de haber disfrutado de tan singular e inolvidable rincón del Mediterráneo. Este esfuerzo durante tantos años merece el apoyo de todos. ¡Seguid arrimando el hombro!

José Miguel Barriocanal León

Comandante de Artillería