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La conmemoración del 9 de Julio atrae, todos los años impares, al salón gótico del Ayuntamiento de Ciutadella, a centenares de personas. No acuden interesadas en la lectura del 'Llibre Vermell' o en la intervención institucional que, semanas antes, ha preparado el conferenciante.

El amplio espacio donde se celebran los plenos municipales con escaso público resulta insuficiente y se desborda, con personas de pie tanto en la sala contigua como en la escalera de acceso. El motivo de la afluencia de tantos oyentes expectantes no es otro que el último punto del orden del día de la sesión extraordinaria: dar lectura -o proclamar- los seis integrantes de la Junta de Caixers de Sant Joan del próximo bienio.

El calor sofocante de la tarde de julio -el acto suele dar comienzo a las 19 horas- invade salones y escaleras, donde los abanicos no logran aliviar ni las impaciencias ni los sudores de los asistentes, sobre todo aquellos que se atreven con la americana y la corbata. Lo que debería ser una solemne ceremonia institucional acaba degenerando entre murmullos y comentarios.

El sufrido conferenciante sufre la falta de atención y el desinterés de quienes demuestran una actitud descortés e incorrecta. A pesar del molesto e incesante runrún, el ponente martirizado se esfuerza en mantener el hilo conductor de su disertación y el tono didáctico de un texto que ha redactado con tanta responsabilidad e ilusión. Esta escena se viene repitiendo desde hace años y ningún primer edil se ha atrevido a adoptar medidas para afrontarlo y reconducirlo. Faltan unos días para la celebración del 9 de Julio. Este año, al ser impar, se dará lectura a los caixers de Sant Joan del bienio 2020-2021 que ya habrán sido designados y nombrados por el rector de la Catedral (caixer capellà), la Junta de Caixers Senyors (caixer senyor); y los dos caixers pagesos, el casat y el fadrí que ha escogido el noble.

La alcaldesa Joana Gomila tiene la oportunidad de fijar otro formato más respetuoso y serio.