Foto: Katerina Pu

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Dos vacas de raza menorquina nos miran fijamente, expectantes, mientras se preguntan: «qué les pasa a estos humanos?». Detrás, ejemplares, casi todas, de raza frisona, que hace ya muchos años emigraron de la región de Frisia, entre Alemania y Holanda, para ser productivas en muchas otras zonas del planeta. Nuestro queso es fruto de la inmigración.

Algunos se fijarán solo en que las vacas frisonas están tumbadas, como si no trabajaran y solo se aprovecharan de nuestra fresca hierba con sabor a sal. Pero no ven que las hemos ordeñado y que cuando tienen un ternero al año los separamos para que sigan siendo lo máximo de productivas. Cada una de ellas tiene papeles, incluso nombre, y a veces ganan un concurso morfológico en Alaior. Son un orgullo para el paisaje. Pero, claro, son vacas, no personas.