Yo he comentado y escrito que este plátano pegado en la pared era un ejemplo de banalidad, de tontería, de ridiculez, una broma de mal gusto o una posible estafa. Y muchísimos nos hemos escandalizado por los 120.000 dólares pagados por él. Pero, a raíz de haber leído un artículo en una revista seria de arte, que argumentaba que ésta era la obra de arte más importante de este siglo XXI, he decidido hacer el esfuerzo de pensarlo: ¿Y si fuera realmente una obra de arte?
Os pido hacer conmigo ese esfuerzo. Como un juego mental, un reto: pensad por un momento, mientras leéis este artículo, que este plátano pegado en la pared sí es una obra de arte, por favor, ¿vale?
Vamos ahí. Según una definición académica «una obra de arte es algo hecho por un artista reconocido y exhibido en un espacio artístico». En el sentido de esta amplia definición, el plátano cumple estas dos premisas, pues Maurizio Cattelan es un artista italiano muy reconocido y con obras vendidas habitualmente con seis cifras y algunas con millones, que ha tenido incluso una exposición antológica en el Guggenheim de Nueva York; y el plátano se expuso en la feria Art Basel de Miami en 2019. Luego, cumple los requisitos.
La obra es un «readymade» (arte encontrado), o sea, un objeto cotidiano seleccionado por un artista, manipulado o no. Una propuesta aceptada desde hace más de 100 años, cuando Marcel Duchamp presentó a una exposición un urinario invertido que le había propuesto la baronesa dadaísta Elsa von Freytag; es más, este urinario ha sido considerado por la crítica especializada como la obra más influyente del siglo XX. Eso ahora, porque en su época sufrió todas las burlas y descalificaciones posibles, igual que le está pasando al plátano de Cattelan. Tampoco hemos de olvidar que las «Señoritas de Aviñón» de Picasso también fue cruelmente criticada en su momento, por su monstruosa manera cubista de deformar los cuerpos. Y, años antes, las críticas se habían cebado con los impresionistas y su manera poco académica de pintar. Monet, Picasso, Duchamp, Manzoni y su caca envasada o Damien Hirst y su tiburón en formol han sido criticados y ridiculizados… antes del plátano de Maurizio Cattelan. Pero hoy en día estas transgresiones de lo correcto son aceptadas por el arte contemporáneo; y el mercado los ha bendecido a todos. Incluso al coleccionista que pagó 120.000 dólares por el plátano en 2019, cinco años más tarde lo ha subastado en Sotheby’s por 6,2 millones de dólares. Dile tonto ahora…
¿Quién paga más de 6 millones por un plátano? Dicho así es una barbaridad. En el arte conceptual -y la obra de Cattelan lo es- no se paga por el objeto físico, sino por el mensaje, el pensamiento que transmite. En este caso, el plátano no significa nada concreto. Como siempre, es el público el que debe completar la pieza, darle sentido. El artista la crea abierta a interpretaciones. Como decía Marcel Duchamp: «Contra toda opinión, no son los pintores sino los espectadores quienes hacen los cuadros».
Sí que podemos asegurar que ésta es una obra irónica sobre el propio mercado del arte. Muy en la línea de todo lo que hace Maurizio Cattelan. Es una provocación, no una burla. Ni tampoco un fraude. Porque no se compra el objeto, el plátano y la cinta adhesiva, sino el derecho a replicarlo, a ser el propietario de la obra original de un artista reconocido. Estás comprando el prestigio asociado a poseer una pieza única conceptual famosa.
¿Si se exhibiese en un museo, tú te pararías a mirarla? Seguro que sí, porque la reconoces y todo el mundo ha oído hablar de ella. Es un icono famoso. No es una estafa, porque no pretende ser lo que no es: es un puto plátano pegado con precinto a la pared. No hay engaño, saben lo que compran…
La pieza de Cattelan no se limita a escandalizar, sino que nos invita a reflexionar sobre el consumismo, sobre las contradicciones del mundo en que vivimos y del valor de las cosas, sobre el paso del tiempo y la precariedad de la vida. Al fin y al cabo, la obra del artista italiano es un bodegón, como aquellos bodegones barrocos, llamados también «vanitas», cuyas frutas nos recordaban que todos los bienes son perecederos, que nada es eterno. Como este plátano que se pudre en la pared y tenemos permiso de reponerlo.
¿Una obra así, un simple plátano en la pared, es un reflejo de nuestro tiempo? Pues no menos que cualquier otra obra de arte contemporánea. Parece una tontería, una simpleza, como si de nuestro tiempo esperásemos algo heroico… ¿Por qué no darnos este baño de humildad?
Decía el pensador y gestor cultural, el recordado Jorge Wagensberg, que «el valor de una exposición [de una obra de arte] radica en su capacidad para despertar nuestra curiosidad y la reflexión, que no ha de medirse por el público que la visita, sino por las toneladas de discusión que genera». Es cierto que la obra de Cattelan no supone un esfuerzo ni un conocimiento técnico, ni artístico, ni aporta belleza; pero nadie puede negar que este «Comediante» se ha llevado la palma de toneladas de discusiones generadas (aunque la mayoría hayan sido para cuestionarla y despreciarla). Es una obra que nos ha removido nuestras creencias y ha puesto a prueba los límites aceptables de lo que puede ser arte.
¿Y tú, qué piensas? ¿Es arte o no?