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Transcurridos cinco años de las manifestaciones y concentraciones masivas en las plazas de las principales ciudades españolas que se engloban como el 15-M, un fenómeno al que también se sumó Balears, ha confirmado que aquella explosión de protesta pacífica respondía a un movimiento muy intenso y profundo de buena parte de la sociedad y no, como determinados sectores del poder político y económico quisieron dar a entender, una simple expresión de inquietud juvenil y pasajera. El 15-M sorprendió a todos los analistas y sociólogos, que en ningún momento intuyeron el poder aglutinador que se estaba gestando entre la ciudadanía tras la durísima crísis -y sus consecuencias- que comenzó en 2008. Un lustro después, nada es ya en España como antes del 15-M.

Hartazgo ciudadano. El 15-M tiene su germen en la incapacidad de gestionar desde las instituciones un clima ciudadano acosado a diario por la corrupción política, los desmanes en el mundo financiero y la impunidad de sus responsables, los recortes en las prestaciones más básicas como la sanidad y la asistencia social, las estafas generalizadas a preferentistas indefensos por la codicia desmesurada de la banca, los deshaucios indiscriminados a familias sin recursos y castigadas por el paro...

Aquella corriente ciudadana que inundó las plazas del país ha entrado, también, en la política. Y todo indica que para quedarse.