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Ciutadella conmemora hoy el 458 aniversario de s'Any de sa Desgràcia, la razia otomana que, tras un largo asedio, se saldó con 5.000 bajas entre muertos y cautivos. La lectura del Acta de Constantinopla mantiene viva la memoria de los héroes de 1558. Seguir evocando, tantos años después, este trágico episodio del siglo XVI podría parecer anticuado. Craso error. Como más se acelera la vida moderna, más necesario se hace recordar de dónde venimos: cuál es nuestra historia y por qué se distinguieron nuestros antepasados. Asumir nuestras raíces es imprescindible para que el multiculturalismo sea fructífero y no se convierta ni en indiferencia ni en relativismo.

En este contexto adquiere su sentido y significado la misa exequial que se oficiaba por los fallecidos en aquel ataque. Porque los ciutadellencs de 1558 también murieron por defender su fe, que es la nuestra. La importancia de una misa no se mide por la afluencia de fieles que registra, sino que constituye un símbolo de memoria, agradecimiento y perdón. Por ello debe reconsiderarse la decisión de suprimir la misa que cada 9 de julio se oficiaba en la Catedral por el alma de todos los que perecieron en 1558.