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El contundente mensaje de Felipe VI en octubre sobre la situación catalana había suscitado expectación en torno al mensaje navideño de este año, acentuado por los resultados electorales del 21-D. El Rey apeló al respeto y a la convivencia como fórmulas para resolver el conflicto sececionista con una nueva mayoría parlamentaria independentista, que no se corresponde con la mayoría de votos.

Desde el punto de vista formal, el discurso del jefe del Estado fue impecable, ajustado al papel que la asigna la Constitución: el Rey reina, pero no gobierna. La democracia española admite la pluralidad, la diversidad y la discrepancia. Por ello debe encauzar y dar respuesta a las demandas que plantea Catalunya e incluso explorar un referéndum pactado. Puede incurrir en contradicción admitir la presencia política del independentismo en las instituciones pero negar su aplicación. La sociedad catalana, tal como advirtió Felipe VI, no puede retomar el camino del enfrentamiento y la exclusión porque «cualquier ciudadano puede defender sus ideas, pero no imponerlas frente a los derechos de los demás». Diálogo sin imposiciones, con respeto a los derechos y libertades de todos.