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Las elecciones generales que se celebraran el 28 de abril, según anunció ayer el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, suponen el abrupto final para un mandato de apenas ocho meses. El resultado de estos comicios condicionará las elecciones municipales y autonómicas, un mes después. Sánchez arriesga con esta apuesta personal con la que espera lograr un efecto arrastre ante una cita compleja.

El paso del secretario general del PSOE por La Moncloa ha sido muy discreto, tanto por su debilidad parlamentaria como una coyuntura política adversa. Lejos de aplacar la ofensiva independentista, la cuestión catalana ha acabado marcando toda la agenda hasta precipitar el adelanto electoral. El rechazo a los Presupuestos significó un punto de no retorno en un escenario asfixiante para el Gobierno socialista, mientras iba aumentando la presión y el acoso de los partidos de la oposición.

La doble convocatoria electoral -28 de abril y 26 de mayo- abre un panorama inédito marcado por la fragmentación. La formación del nuevo Gobierno es una incógnita, ya que serán precisos acuerdos que requerirán el concurso de dos o más partidos. Los electores tienen la palabra, el voto y la decisión.