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El crecimiento vegetativo de la población en España es prácticamente nulo y en algunas comunidades los registros ya son negativos, según los últimos datos difundidos por el Instituto Nacional de Estadística. El envejecimiento es imparable. Nuestro país presenta una de las tasas de natalidad más bajas de Europa, lo que a medio y largo plazo acarreará consecuencias sociales y económicas. Balears se libra, por escaso margen, de entrar en el ‘invierno demográfico’, pero las cifras no invitan al optimismo.

A partir de las proyecciones demográficas se calculan los grandes servicios públicos, como la sanidad y la educación, y también los demandantes de las pensiones. En este escenario la población extranjera permite reequilibrar un proceso negativo. Algunas formaciones políticas cuestionan esta realidad con argumentos demagógicos.

No se puede dar la espalda ni negar la nueva pirámide poblacional española. Es preciso sentar las bases para atender un problema que irá aumentando en los próximos años, con una creciente demanda de plazas en las residencias para la tercera edad y el sistema de pensiones que se halla al borde de la quiebra. Todo ello exige realismo, sensatez y medidas eficaces.