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La recomendación del Reino Unido de no viajar a España por temor al contagio de la covid-19 es de una gravedad similar al fracaso de la diplomacia española: descomunal. Que haya sido imposible convencer al Gobierno británico de que Balears y Canarias están al margen de los brotes que se registran en algunos puntos de la Península escapa a toda lógica. La medida perjudica a empresas de ambos países y a miles de ciudadanos que ya habían reservado sus vacaciones.

La única respuesta para este «castigo» –como lo califican algunos periódicos británicos– la hallamos en las malas relaciones diplomáticas entre España y Gran Bretaña. Nunca sabremos si la ministra de Exteriores, Arancha González Laya, tenía alguna posibilidad de éxito, pero sabemos que ayer, con todo lo que estaba cayendo, se fue a Tesalonika para inaugurar una oficina del Instituto Cervantes. No es así como se arreglan las crisis políticas. Tampoco nunca sabremos si el rey Felipe VI, que ostenta la más alta representación del Estado en las relaciones internacionales, ha podido realizar gestiones para evitar este injusto desatino.

El Gobierno de Pedro Sánchez debe dar la talla y batallar para revertir esta medida tan perjudicial y onerosa para toda España.