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Cuando seguimos inmersos en una profunda crisis provocada por una pandemia que empezó hace un año, sin conocer aún ni cuándo acabará ni cómo saldremos de esta emergencia, los ciudadanos asisten, atónitos, al espectáculo que protagonizan los partidos en España. La concatenación de acontecimientos sumó ayer otro episodio sorprendente: la dimisión del vicepresidente del Gobierno, Pablo Iglesias, para concurrir a las elecciones madrileñas. La salida de una crisis que afecta al conjunto de España exige estabilidad y serenidad en las instituciones, pero se registra una vertiginosa dinámica de golpes y contragolpes -en los que se ven implicados PSOE, PP, Unidas-Podemos y Cs- que no favorece ni la confianza ni una gestión eficaz. Desde Bruselas, que debe autorizar los proyectos con los fondos europeos para la recuperación, observan con estupor todo este desorden. No es posible que las estrategias partidistas con el simple afán de alcanzar el poder político y perjudicar al adversario perturben la actividad en las instituciones. La defensa del interés general reclama otras actitudes para que la política aporte soluciones en lugar de convertirse en una parte más del problema.