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El todavía presidente del PP persiste en el error, provocado por sus desaciertos y los del secretario general, Teodoro García Egea, que han abocado al principal partido de la oposición a una crisis interna sin precedentes. Sin el favor de los votantes, sin el apoyo de la militancia, sin la complicidad de los barones y dirigentes regionales y con el comité de dirección dividido, Casado se atrincheró ayer en la sede de la calle Génova. Una postura irracional que lastra al partido que durante quince años, con José María Aznar y Mariano Rajoy, lideró el Gobierno de España. Para evitar la implosión del Partido Popular se impone la convocatoria urgente de un congreso extraordinario y la dimisión de Casado. Una renuncia que podría haberse evitado si García Egea hubiese sido destituido tras su intervención del jueves. Pero Pablo Casado no sólo no le desautorizó, sino que al día siguiente aumentó la gravedad de las acusaciones vertidas por el secretario general contra Díaz Ayuso. Cada minuto que pasa sin la dimisión de Casado se agudiza esta crisis. Pero nada garantiza que su relevo, incluso personificado en Alberto Núñez Feijóo, logre frenar la hemorragia de votos provocada por la ‘cacería’ contra la presidenta de Madrid. Una sangría que los sondeos ya recogen. Y ahí, en pérdida de apoyo electoral, es donde radica el verdadero problema del PP.