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El asesinato de civiles perpetrada por las tropas rusas en la ciudad de Bucha, en Ucrania, sigue conmocionando al mundo. El presidente de los Estados Unidos, Joe Biden, lo califica de «crimen de guerra» lo ocurrido y responsabiliza al presidente de Rusia, Vladimir Putin. La reacción indignada de la mayoría de los países occidentales ha desembocado en la expulsión de centenares de diplomáticos rusos, además de aumentar las sanciones económicas al suspender la compra de carbón a Rusia. El episodio de Bucha y la reacción de la mayoría de la comunidad internacional supone el aislamiento definitivo de Putin y la imposibilidad de su rehabilitación en el futuro. Pretender, como defiende Moscú, que los cuerpos esparcidos por las calles de Bucha son una teatralización o un montaje de Ucracia constituye una burla inadmisible. La exigencia del presidente Zelensky, que ayer intervino por vía telemática en el Congreso no puede caer en el olvido. El comportamiento de Rusia en esta invasión evoca otros episodios similares vividos en Europa que se consideraban irrepetibles. En Bucha se ha manifestado el aspecto más cruel de un guerra que se libra a pocas horas de vuelo de las principales capitales europeas, una invasión injustificada perpetrada por una potencia que impone, a sangre y fuego, sus viejas ansias expansionistas.