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La Constitución Española ha cumplido 44 años de vigencia. Se ha mostrado como una herramienta eficaz y duradera para la convivencia democrática de todos los ciudadanos. Su redacción, fruto del espíritu de consenso de la Transición, estableció los actuales marcos jurídicos del Estado, todo un logro histórico para nuestro país.

Pero todos estos éxitos de la Carta Magna corren el peligro de quedar neutralizados por el uso y abuso que hacen de ella las fuerzas políticas en sus pugnas coyunturales. Mucho se habla de respetar la Constitución, pero poco de cumplir sus exigencias; una dinámica que a nadie beneficia. La falta de sosiego político, la ausencia de objetivos comunes y la escasez de altura de miras de los principales motiva aplazar los cambios para modernizar un texto que se redactó hace más de cuatro décadas.

Mientras, se prefiere su incumplimiento palmario en una cuestión tan relevada como es la de la separación de poderes con la designación de los vocales del Consejo General del Poder Judicial. El espíritu de la Constitución de 1978, denostado por algunos, sigue vigente en la mayoría de los españoles y es un valor a transmitir a las futuras generaciones. Esa es, precisamente, la fortaleza que le ha permitido sobrevivir a todos los avatares pero cuya defensa no puede sostenerse en el inmovilismo; se requiere valentía y determinación.