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El caminante se guardará, como de mearse en la cama, de discutir la verdad del poeta, "caminante no hay camino, se hace camino al andar", por más que en su razón, el caminante, va dos o tres veces por semana por la misma trocha, un camino que, además de camino, es cordel, por donde por estos pagos dicen quienes lo saben que transitaba la trashumancia pastoril de aquellos rebaños del Medievo, cañadas, cordeles o galianas. Pues por uno de esos cordeles, casi tan antiguo como andar, anda a buen paso el caminante sus a veces interminables y cansinos 17 kilómetros bien contados cada vez que toma este camino sin atajos, un camino que le deja en las retinas y en la nariz memorias de los campos menorquines, de los "llocs" y de los trabajos de los payeses que han impreso en los campos de Menorca su impronta de una naturaleza que al que va de paso se le antoja bucólica y al payés que suda la tierra, una forma de ganarse la vida muy trabajada.

A tres kilómetros de iniciada la caminata, pasa el caminante por una explotación ganadera de hermosas vacas frisonas, talmente que como la mayoría del ganado vacuno de Menorca. Además, no es una granja con el ganado estabulado, si no pastando en el campo como en una "tanca". Es, pues, una finca muy hermanada con lo que es un "lloc menorquí", con su payés, por mejor decir "l'amo", cinco "missatges", dos pastores, "madona" y "dues filles". En fin, lo que se dice un "lloc", donde siembran una gran extensión de cereal además de forraje para el ganado, que este año de tantas lluvias de momento no ha hecho falta poner el riego por aspersión.

Esta finca se conoce con el nombre de "El Colegio", porque antes de que el cardenal Cisneros fuera no ya cardenal, si no monaguillo, hubo en ella ubicado un colegio para ilustrar frailes en los conocimientos de su vocación y de su orden. Pero como el cardenal Cisneros, en sus grandezas y en sus quiebras, le dio por mandar construir la Universidad de Alcalá de Henares, se conoce que se le acabaron los caudales cuando andaba poniendo la columnata del paraninfo, de tal suerte que tuvo que vender la finca que pasó a ser lo que ya ha sido siempre desde que se recicló de lo espiritual a lo meramente terrenal. Tiene esta finca ahora mismo unas 120 vacas, dos rebaños de ovejas que cada uno de los dos pastores lleva sus 500 que pastan en esta extensa finca, donde al pasar por ir o por venir, se para el caminante, a veces según tenga de prisas para echar unos párrafos junto a los establos, con "l'amo" o algún "missatge".

Luego, cogiendo camino adelante, toma la dirección que le llevará a pasar por otra finca que tienen caballos en unas instalaciones muy aparentes. Muchos amantes de montar a caballo tienen allí su ejemplar, por eso les decía yo de las retinas y de la nariz, ya que lo que uno ve lo ha visto antes en Menorca y porque el acre olor acentuado al amanecer que le llega al caminante de los silos de forraje abiertos o de los establos cuando se hace limpieza, le traen nostalgias del agro menorquín. Al caminante sólo le hace falta abrir levemente el ventanuco donde almacena en su alma sus mejores recuerdos, aquellos que le emparientan con sus ancestros al mundo de donde proceden, que es el del campesinado menorquín.

Ese es el orgullaje del que presume, esa es su herencia más íntima. Quizá por eso, cuando sale a caminar por esta tierra peninsular, en un ejercicio al que es fiel, llueva, nieve, haga frío o calor, no busca el caminante hacer caminos nuevos, le va muy bien con el que tanto conoce, que hasta sabe donde suele madrugar un bando de avutardas para llenar el "papo" con la golosina de la veza, o donde la liebre anda con la "picadilla", llevando tras de si a tres o cuatro machos que la cortejan, disputándose a mordiscos quién de ellos trasmitirá su carga genética para que dos o tres lebratos nazcan avisados de los peligros del galgo corredor.

El caminante camina sin extrañarse de ver liebres o algún corzo que le "ladra" al pasar. Sólo se extraña de que "l'amo", en vez de un "cigarret de pota" le ofrezca un cigarrillo rubio.