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A ti, amigo lector, seas quien fueres, dirijo el presente escrito. Soy consciente que hace calor, que es posible te apetezca salir al portal de tu casa, en el tramo de acera en que la sombra da cobijo a las comadres y algunos ancianos del vecindario. Será en la tarde cuando es sol tocará de debò, haciendo cruzar la calle para tomar asiento en la de enfrente. Esto era precisamente, lo que antaño se acostumbraba. Cada miembro de la familia, disponía de su silla. Sa cadireta baixa de boves, la de mimbre, sin olvidar la mecedora de mi querida vecina, que al acordarme de ella, la recuerdo vestida de negro.

Diría yo, que usaba el mismo vestido, en invierno y en verano. Al igual que el peinado, unas marcadas ondas, que habían tomado forma, por utilizar las llamadas pinzas, recogiendo el pelo sobre la nuca en forma de moño, al que llamaban de vella.
Mariana, acudía a su domicilio tres veces por semana. Mariana, era una mujer de mediana edad, esto es lo que a mí me parecía, tal vez, ni tan siquiera llegaba a los cuarenta, pero su manera de vestir y comportarse, daba a entender que ja anava de cap per avall. Mariana, vivía, de sus ganancias como peluquera domiciliaria. Disponía de una clientela variopinta, todas ellas tenían algo en común... peinaban moño.

Aquello significaba que el peinado duraba dos días, dos días que ni tan siquiera se movia un cabell, para ello la peluquera cuidaba depositar suficiente fijapelo. Las clientas más adineradas, lo adquirían en los comercios especializados, se vendía en frasco de cristal de forma cuadrada, el pegajoso pegamento de color verdoso. Para esparcirlo en la cabellera, se servían de un cepillo de dents.

En cambio, una mayoría, utilizaba ceragatona. Así llamaban, a unas diminutas semillas que depositadas en una cazuela con agua, al calor del fuego, se trasformaba en fijapelo casero, a la vez que muy económico. Su elaboración, nada complicada, tan sólo la paciencia de ir removiendo lentamente, una y mil veces mientras iba en constante ebullición. Aquel trabajo, se convertía, en una especie de ritual semanal, teniendo en cuenta que, el fijapelo, era usado por toda la familia, y al decir familia, me refiero al padre, la madre, los hijos i d'aquests, en solien tenir un bon grapat, algún tío o tía fadrina que también vivía en la casa y, los más entrañables del clan, los abuelos, que al enviudar y quedarse solos, o por ser tan ancianos, o por no disponer de medios económicos, engrosaban las filas del matrimonio, que con buena cara y manos llenas de cariño, acogían a los que s'havien llevat es mos de sa boca, per ells.

En estos instantes, el rollo del hilo de mi pobre memoria, se me ha desenredado, apeteciéndome hablar de amor familiar, en vez del dichoso fijapelo, que gracias al mismo he llegado a los ancianos.
Me entristece comprobar cómo se van llenando las residencias. Asombrándome el escuchar a jóvenes matrimonios cómo hablan de su decisión de ser futuros clientes de aquellas casas. Entre tots feim el món claro que sí, el pensamiento es libre, pero esta libertad, nos lleva al desamor y desapego familiar. Precisamente hoy, cuando los hogares cuentan con toda clase de artilugios eléctricos, que te barren, te friegan los cacharros de cocina, te lavan la ropa, otros que gracias a su vapor limpian en un santiamén paredes, cortinas, planchan, sin olvidar lo más importante y milagroso, los esposos han aprendido tras un largo aprendizaje y multitud de reciclajes a los quehaceres domésticos. Cuando todos somos ricos, infinidad de tarjetas se asoman en las rendijas de las billeteras esperando ser usadas para abonar las compras muchas veces desmesuradas, sin ton ni son, repito... precisamente en estos tiempos de modernidad del siglo XXI, las colas para ser admitidos en los geriátricos, son de repica talons.

Hay que ver cómo son las cosas, iba yo a hablar de la mecedora de na Guida de Ferreries y acabé explicando de su indumentaria, su peinado, e incluso de su peluquera particular na Mariana. La misma que fue denunciada después de la guerra, por alguna alma generosa, de estas almas, que siempre las hubo y las habrá, de las que tendríamos que rezar todos los días a los ángeles custodios nos guarden por su intento de esparcir el mal contra los mortales a los que envidian, siendo capaces de inventarse qualsevol cosa.
Menudo volteo, debía realizar la peinadora de señoras con moño. Imposible pasar por la plaza de San Roque, esquina con la de Santa Teresa, donde se encontraba la peluquería rotulada en la pared por un enorme cartel blanco y letras rojas que rezaba... peluquería Mi Salón de Enrique y Paquita. Aquel lugar, conocido como especial por la clientela a la cual se atendía, entiéndase señoras de vida dudosa... mesquinetes, al acordarme de ellas por ser mis vecinas, me dan autéenticas ganas de reírme, reírme con ganas a modo de carcajada, comparadas con muchas señoras de estos tiempos, pueden creer que se trataba de auténticas almas caritativas. Mas el uso de batines, tan mal visto y criticado, considerados pecaminosos, el fumar, y su oficio de camareras les otorgaba la máxima puntuación, para ser rechazadas, por la sociedad de la postguerra. Sociedad compuesta por una mayoría de farsantes, que al llegar la democracia fueron los primeros en dejar de acudir a los cultos católicos, a la vez que adquirir revistas de dudoso buen gusto, y figurar en su libro de familia su desvinculación de su esposa, figurando en letras escritas con bolígrafo... divorciado, saquen conclusiones.

Tras haber sacado las mismas en claro, debo volverles al inicio de mi xerradeta, deseosa por decirles, que en mis noches veraniegas, de aquella lejana infancia, estaba yo, pendiente de que entrara en su casa la señora Guida de Ferreries para cenar, y así poder aprovechar su mecedora. Qué placer, con su vaivén... tris, tras, tris tras, me balanceaba, hasta que regresaba de cenar, invitándome a levantarme y ocupar mi pequeña butaca de mimbre, menos mal que aquel verano mamá Teresa me había hecho un mullido cojín, relleno con algo de lana que sobró al lavar los dos colchones.

Aquel año de 1951 pedí a los reyes magos, en mi primera carta escrita a pluma, la misma que mojaba en mi primer tintero de tinta azul pelikan, que Gori me compró en la librería de su amigo Busutil, entregándole aquel un secante, que aún puedo enseñarles, lo guardé en mi caja de tesoros, junto a los cromos repetidos de los chocolates Nestlé.

La carta me la fue dictando y ayudando a que saliera sin borrones ni tachones mi querida maestra la hermana Julia, una carmelita descalza del colegio de la calle de Santa Rosa esquina con la del Carmen, a la cual jamás olvidé.

Pues bien, una de mis peticiones fue una mecedora, junto a un hermanito, piezas que jamás fueron satisfechas. Decían los mayores que al vivir tan cerca del puerto pasaban por mi casa de regreso a baixamar, y estas cosas las iban dejando por las calles de la Raval, Rovellada, Cos, Moreras y a mí me dejaban regalos más pequeños, de menor peso. Siendo una conformista, como fui, lo acogía con paciencia y resignación y aún hoy continúo sin la mecedora, ni el deseado hermano, siempre que me mecí fue con la de alguna vecina, primero Guida de Ferreries y muchos años después en casa de mis queridos vecinos el doctor Alfredo Soro al cel sia y su esposa María Eulalia que tan amablemente me dejaban continuar con mi añorado... tris, tras, tris tras, infantil.
Debo dejarles, en esta ocasión no es para ir ni a ordeñar, ni ejecutar ninguno de los trabajos de la finca, pero sí para sentarme a la acogedora sombra, de los acebuches para leer, a la vez que copiar textualmente, el precioso poema que el 18 de abril de 1960, recitó Salvador, cuñado de los jóvenes novios, a la vez que le hacía entrega del ramo de desposada a una emocionada novia María Teresa Cardelús, en nombre de Emilio, que la estaba aguardando al pie del altar.

Aquella hermosa poesía la escribió Federico Erdozaín Pons, íntimo amigo de Emilio, y compañero de tablas, en el inolvidable Orfeón Mahonés de darrere Santa Maria.
Dice así:

Qui a les mans aquest ram avui et posa
prega al cel que amor t'obri una ampla via
dins la qual trobis sempre en tota cosa
aquell gust que el teu cor trobar hi voldria;
que tothora per tu sigui una albada
dels plaers i Gaudeix del que et mereixes;
i que sempre feliç i aparellada
a l'home que tu estimes i t'uneixes
travessis en vol llarg i venturós
els espais fruïtius, amb l'ala estesa,
llum del cel dins els ulls, l'ànima encesa
i amb el cor sempre obert, sempre gojós.
Frederic Erdozaín Pons

Rogándole a Dios, os de salud y fuerzas, para continuar, siempre unidos por el camino de la vida, junto a los vuestros, de manera especial, vuestros tesoros más preciados, ses nétes.

Gracias Emilio, gracias Maria Teresa, por habernos dado tantas pruebas de cariño y de amistad. Por vuestro ejemplo matrimonial, per molts d'anys.

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* Cervantes