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El debate sobre el estado de la nación ha devuelto la mirada ciudadana sobre la realidad económica y política. España ha pasado de la euforia colectiva, de la alegría general y de un sentimiento de armonía y erradicación de complejos desconocido hasta el momento a la revisión anual de su maltrecho organismo y al control de sus constantes vitales, que sin necesidad de debate sabemos que están lejos de la salud que ha demostrado la selección en el Mundial.

El presidente del Gobierno buscó en su intervención despertar optimismo a través de los resultados de las medidas puestas en marcha en los últimos meses. Difícil objetivo, por cuanto se trata de un duro plan de ajuste que alcanza en particular a colectivos cautivos de los presupuestos generales. En comprensible estrategia, Zapatero prefirió hablar de un futuro que necesariamente ha de ser mejor frente a errores pasados, que no reconoce, y pedir la colaboración de todos para unirse a esas medidas, que no obtiene, y además generó un áspero cruce de acusaciones con el jefe de la oposición, para sortear cuanto antes la crisis. Ese es el verdadero problema, aunque perdió protagonismo frente al Estatut catalán, el asunto que copó gran parte de la primera jornada del debate.