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Pocos días antes de su muerte, Vicente Macián escribió este artículo. Activo en la medida de sus posibilidades, inquieto siempre por el conocimiento, con una extraordinaria capacidad intelectual, ésta es una de sus últimas reflexiones, valiente y oportuna.

Dios me espera, es el título de un libro que tengo ahora ante mis ojos. Lo he leído, y reflexionado con él varias veces. Ahora se me hace más familiar… y necesario. Comprendo que el solo título puede resultar llamativo, indiferente, discutible y provocativo. Una persona de nuestro tiempo ¿puede decirse a sí misma: Dios me espera? ¿Por qué no? También ahora tenemos necesidad de trascendencia, de elevación de metas vitales, de buscar sentido profundo a nuestra existencia.

La crisis, la genuina crisis actual, es la de los valores del espíritu, quizás más evidente en lo que llamamos mundo occidental. La crisis económica ha sido y es consecuencia de la otra crisis, la espiritual, que conlleva actitudes éticas. Son numerosos los pensadores actuales que denuncian las carencias de valores absolutamente necesarios para que no se realice la tesis de la "decadencia de occidente". Entre dichos valores se halla el de la trascendencia de un materialismo encerrado en sí mismo, sin capacidad de apertura. Los admirables progresos de la física nuclear, de la biología, de la ingeniería genética, de la búsqueda de los orígenes del universo, ¿cierran el camino al "Dios me espera"?