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Los amplios apoyos que la sociedad española ha expresado al movimiento del 15-M se explican porque este heterogéneo colectivo ciudadano basa su acción en tres exigencias perfectamente asumibles: más democracia, más debate y más soluciones. Tres exigencias que no obstante dejaron desconcertados a los partidos políticos en vísperas de las elecciones autonómicas y municipales. La irrupción del 15-M ha implicado además un inesperado toque de atención para unas fuerzas políticas que incomprensiblemente han tardado en reaccionar ante este nuevo fenómeno social de protesta.

Al surgir el movimiento del 15-M muy pronto se intentó hallar similitudes con el Mayo francés de 1968, algo para mí descabellado. Estimo inútil toda comparación. Sobre el Mayo del 68 hoy es posible hacer literatura, sobre el 15-M solo cabe hacer periodismo.
Con independencia de que el movimiento del 15-M opte por desalojar voluntariamente las plazas públicas o sea desalojado por la Policía, está claro que ha nacido para permanecer instalado en la sociedad civil. El problema ahora estriba en cómo encauzar sus propuestas y reivindicaciones; cómo concretar la riqueza de tanto debate ciudadano; cómo impulsar y materializar sus acciones en compromiso para que den sus frutos. Esa es la cuestión.
En Menorca el activismo del 15-M ha sido más bien escaso, casi testimonial. No así en Madrid, Barcelona y otras importantes ciudades de la Península, donde los integrantes del colectivo no se han amedrentado ante las críticas de determinados sectores ciudadanos que, movidos por legítimos intereses comerciales, han querido ver en este movimiento un problema de orden público (el conseller Felip Puig no dudó en Barcelona en entenderlo así al autorizar una contundente carga policial en la plaza Catalunya) o un problema de naturaleza estética (al alegar que se brinda una mala imagen a los turistas). Pese al rosario de acusaciones, el movimiento del 15-M mantiene su vitalidad e insiste en argumentar su descontento social; y si no puede hacerlo físicamente en la plaza pública, es muy probable que decida incrementar su presencia digital.

Quienes de verdad han de mostrarse preocupados por el nacimiento del 15-M son los partidos políticos. Cierto es, por ejemplo, que desde el PSOE se ha indicado que hay que escuchar las demandas de los indignados. O que desde IU su coordinador general ha anunciado que pretende incluir muchas de sus propuestas en el programa para las elecciones legislativas de 2012. Ocurre sin embargo que los partidos deberán afrontar y resolver previamente un problema de sintonía o empatía. Porque el 15-M ha dejado muy claro que los partidos políticos no le representan en absoluto; el 15-M se ha declarado no partidista, actúa al margen de los partidos, de su trabajo en las instituciones públicas, de sus intereses y resultados electorales. No es previsible por tanto que el 15-M acabe convertido en un partido político.

¿Cómo debe encauzar pues la labor del 15-M? Creo que la vía idónea sería valerse del entramado de organizaciones civiles, conectar con ellas, y aprovechar también el instrumento de las iniciativas legislativas populares. Los partidos políticos tienen que reflexionar sobre las numerosas razones que desembocan en una clara falta de confianza por parte del movimiento del 15-M. Y tienen que valorar asimismo la lección de democracia, de participación ciudadana y de capacidad de debate del 15-M, cuyo dinamismo tiene que traducirse ahora en compromisos firmes y en logros que beneficien al conjunto de la sociedad.

Los partidos deberán reconsiderar seriamente su papel en la vida política. Porque son muchos los ciudadanos que rechazan el mantenimiento de unas estructuras cerradas y que desaprueban el hecho de que la mayoría de dirigentes solo hable de abrir los partidos a la sociedad cuando se registra una convocatoria electoral. Son muchos los ciudadanos que se oponen a la férrea estructura jerárquica de los partidos, con unos aparatos que rara vez propician el debate interno y que no aceptan la presencia de corrientes que enriquezcan precisamente el debate político. En ocasiones se manifiesta un miedo atroz al debate y cuando se plantean alternativas o surgen discrepancias profundas de inmediato se llama a la unidad, al cierre de filas. Siempre se recurre al cierre de filas para asfixiar o suprimir el debate. No me extraña, por tanto, que desde el 15-M se proclame que los partidos políticos son el pasado.