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Cuando un imputado en un caso de corrupción sale por televisión y parece culpable, antes del juicio, es injusto. Pero esta pena de telediario se cura con una sentencia, un poco de tiempo y una oportunidad.

Lo que cuesta más de curar es la pena que dan los telediarios, y a menudo los periódicos, con su recital de malas noticias. A mí me da pena la madre que llora ante el juez, con los terroristas de ETA que mataron a su hija en Santa Pola sentados detrás; el niño asesinado por un francotirador sirio en Homs; Manolis Glezos, un anciano de la resistencia nazi, apaleado por la policía en la plaza Sintagma; los padres de Marta, que siguen sin saber dónde está el cuerpo de su hija; un joven de Valencia detenido por protestar por los recortes en educación; la mujer de un preso muerto, quemado, en la cárcel de Comayagua; las menores de edad víctimas de los abusos sexuales; Whitney Houston y Amy Winehouse, víctimas también de ellas mismas; Irán, que se prepara para repeler una invasión israelí; los sepultureros de Jerez, que no cobran de un ayuntamiento en quiebra y que van a la huelga; que un kurdo lleve dos años en la cárcel por lanzar un zapato contra el primer ministro turco.

A todos nos gustaría más que nunca llenar la información de buenas noticias. Una de ellas es la presentación de un nuevo libro de Paul Auster, "Memorias de invierno". Él se pregunta: "¿Cuántas mañanas me quedan?