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El próximo jueves, dentro de las actividades del Foro Menorca, el psiquiatra Luis Rojas Marcos impartirá una conferencia con el título "Superar la adversidad", y posiblemente lo haga remarcando, entre otras, ideas como la fuerza social del optimismo, la autoestima, la resiliencia y el poder de la ilusión

Hace unos días, en este mismo periódico, el profesor Rojas Marcos publicaba un artículo a favor del optimismo, entendido éste como una forma esperanzadora de pensar… y una forma de luchar contra las adversidades. En los tiempos que corren pienso que siempre son valiosas las reflexiones que, como las suyas, están avaladas por una seria y exitosa vida profesional e intelectual.

Antiguamente, las virtudes, los vicios, la fortuna y los valores eran representadas por figuras con apariencia humana. Así era más fácil que los ciudadanos captaran las características de cada una de ellas. La adversidad, por ejemplo, tenía forma de mujer triste y abatida, vestida de negro, apoyada en un palo y con unas espigas de trigo rotas y mustias entre sus manos. Las heridas de su cuerpo eran lamidas por unos perros, y su cabaña, destrozada por un rayo, apenas servía para darle cobijo.

Pero, curiosamente, no existe iconografía de la prosperidad. ¿Será acaso que la prosperidad, la buena suerte, el éxito, el curso favorable de las cosas es, en cifras totales, cosa de unos pocos afortunados y que el resto de ciudadanos se encuentra objetivamente más cerca de la adversidad que de la prosperidad?

Históricamente, al menos desde el neolítico hasta hoy, la sociedad humana siempre ha sido injusta, ya que las distintas civilizaciones se han caracterizado por la acumulación de bienes en manos de unos pocos y en una escasa redistribución de recursos entre el resto de la población. De ahí que la prosperidad, con ser evidente en muchos ámbitos de nuestra sociedad, no ha sido capaz de invalidar y superar la vieja iconografía de la adversidad.

De la misma manera que toda situación de crisis social implica ruptura, desajustes… y también esperanza, el paso de la adversidad a la prosperidad es dificultosa, entre otras cosas porque los humanos, desgraciadamente, somos diferentes al resto de animales. Entre nosotros, como dice el profesor Salvador Giner, un inútil puede ser rey. Un ignorante, catedrático. Una dama boba la reina de la fiesta. El financiero responsable de una crisis económica, objeto de un público homenaje.

Ante hechos como estos entiendo que, además de una actitud y posicionamiento optimista ante la realidad, se impone conocer con detalle nuestro entorno, intentar leer e interpretar correctamente las radiografías de la actual sociedad, propugnar cambios, buscar alternativas, como por ejemplo la "economía solidaria" defendida en el "Manifiesto para una ética económica global" del año 2010, que digámoslo claramente, a día de hoy, desgraciadamente, es todavía un planteamiento moral más que una propuesta económica realista y factible a corto plazo.

Estoy convencido que los mensajes a favor de un optimismo antropológico son importantes, que son necesarios los discursos ilusionantes, que es imprescindible generar esperanza y despertar el optimismo. Como decía un amigo mío "ir de trágicos por la vida es cosa de poetas, no de educadores, políticos ni psicólogos ". Pero no olvidemos que, según Freud, esas tres profesiones son "imposibles". El optimista cree en los demás… y el pesimista sólo cree en sí mismo.

Aunque nuestra genética está preparada para la evolución y el altruismo, a pesar de que el ser humano es feliz al ayudar a sus semejantes y ser la solidaridad fuente de bienestar psicológico, lo cierto es que en nuestra sociedad del siglo XXI abundan los hombres y mujeres que se sienten más cercanos al pesimismo que al optimismo. Encontrar y diagnosticar las causas de este hecho no es actividad banal, pienso yo.

Como profesor universitario, necesito ser optimista, creer en los demás, pero ese optimismo entiendo que debe acomodarse a la realidad, a mi realidad. En términos de navegación diría que el pesimista se queja del viento, el optimista espera que cambie de dirección y el realista ajusta las velas al viento para tener una plácida navegación. El optimista es el que siempre te sorprende con un proyecto, con una ilusión, con una mejora. El pesimista, por el contrario, siempre tiene en boca una excusa.

Alguien podrá afirmar que ante la actual adversidad económica y social, uno difícilmente tiene la sensación de ocupar el asiento del conductor, y que lejos de sentirse "ciudadano" se ve obligado a seguir las decisiones que otros toman por él.

Incluso los políticos de algunos países (Grecia, Italia…) han abandonado su asiento de "piloto" para, en el mejor de los casos, ocupar el de "copiloto". Es decir, uno se siente cada vez más "súbdito" y menos "ciudadano".