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Para gustos, los colores. Habrá a quien la reordenación del puerto de Ciutadella le guste. No es mi caso. Me confesaba recientemente un pescador retirado que, ahora, más práctico sí que es. ¿Cuando le pregunté que si también era más estético? Dio la callada por respuesta. Que ahora caben más barcos y que los usuarios tienen mejores servicios está claro. Alguien sale ganando, pero puede que el puerto pierda la partida. A mi entender, el aire mediterráneo que lo caracterizaba, en el que residía su principal encanto, se ha esfumado. Ahora, salvando las distancias, se parece más a cualquier otra ensenada, como esas que se miran en el espejo de Puerto Banús.

La modernidad está muy bien, pero por mucho que se disfrace, al puerto le faltan algunos detalles de importancia para subirse al carro del siglo XXI. El Ayuntamiento sabe desde hace años que existe un problema con los vertidos en las aguas de Baixamar y que cada verano se repiten desagradables episodios. Y es que seguramente comerse una caldereta de langosta en una terraza con olor a alcantarilla, por muy preciado que sea el género, no puede ser plato de muy buen gusto.