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El 23 de julio, como cada año, celebrando la Eucaristía en la iglesia de Sant Bartomeu de Ferreries a las siete de la tarde, recordaremos el aniversario del glorioso martirio de Juan Huguet Cardona, el cual muy pronto va a ser beatificado. Este aniversario resultará especialmente emotivo por razón de la cercanía de su declaración solemne como mártir de Cristo por la voz de la Iglesia. Este joven sacerdote de 23 años de edad, treinta y tres días después de haber celebrado su primera misa, con su heroica profesión de fe exclamando «¡Viva Cristo Rey!» sellaba con su sangre martirial su fiel adhesión a Jesús el Salvador.

Como ya es bien sabido, la beatificación de Juan Huguet irá unida a la de unos quinientos mártires de la persecución religioso del siglo XX en España. A esta beatificación precedieron otras, realizadas por disposición de Juan Pablo II y de Benedicto XVI correspondientes a unos mil doscientos mártires inmolados por la fe en idénticas circunstancias.

Con razón pudo hablar Juan Pablo II de que en dicho siglo la Iglesia había vuelto a se «Iglesia mártir», como en los primeros tiempos de su historia, si tenemos en cuenta que varios millones de personas han sido llevadas a la muerte por razón de su fe cristiana. El historiador Andrea Ricardi hace memoria, entre otras, de las persecuciones en Armenia, Rusia, Polonia, Alemania, México, España, etc. Y la lista sigue incrementándose mucho en lo que llevamos de recorrido del siglo actual.

La beatificación de nuestro joven y virtuoso mártir menorquín y del numeroso grupo al que él estará unido, tendrá lugar en Tarragona el próximo día 13 de octubre. Esta celebración constituirá, sin duda, una magnífica experiencia de comunión eclesial, y ofrecerá una esperanzadora visión en referencia a la «nueva evangelización» a la que todos los cristianos somos llamados. Baste recordar a ese respecto la famosa frase de un escritor cristiano del siglo III, Tertuliano, en la que dice: «La sangre de los mártires es semilla de cristianos». Y lo afirmaba por su propia experiencia.

No cabe duda de que la elección de Tarragona como sede de este acontecimiento eclesial ha sido muy oportuna debido a la antigua y siempre nueva tradición martirial de esta antigua ciudad, capital de la extensa provincia romana llamada Hispania citerior, o también tarraconense, que abarcaba al principio la mayor parte de la península española. En esta población se conservan aún impresionantes restos monumentales de la época romana y especialmente el anfiteatro en el que padecieron el martirio el obispo de la ciudad Fructuoso y sus diáconos Augusto y Eulogio, el 21 de enero del año 259 de la era cristiana.

Los asistentes a la masiva beatificación tendrán, la oportunidad de asistir a la representación de un antiguo drama sacro sobre la Passio Fructuosi, en versión española, y a la cual se incorporarán referencias a los mártires de la persecución religiosa en España durante los años '30 del siglo XX. Esta representación está basada en las actas auténticas de los mártires tarraconenses, escritas por un contemporáneo a base de los documentos del tribunal del gobernador romano y de los recuerdos de fieles cristianos que fueron testigos de vista del glorioso martirio. Estas actas son las más antiguas que se han conservado de todos los mártires españoles y están escritas con un estilo sencillo, veraz y muy impresionante.

Algunos detalles de la Pasión de Fructuoso y de sus diáconos merecen también nuestra atención por motivo de algunas semejanzas destacables respecto del martirio de Juan Huguet en 1936. Una de estas convergencias es la piedad que el pueblo manifestaba al obispo: «Y mientras Fructuoso, con sus diáconos, era conducido al anfiteatro, el pueblo empezó a sentir pena del obispo Fructuoso por el gran amor que le tenían no tan sólo los hermanos sino también los paganos, ya que Fructuoso era tal como el Espíritu Santo, por boca del apóstol san Pablo -vaso de elección y maestro de paganos-, había manifestado cómo debía ser un obispo. Por eso incluso los solados, conscientes de que se dirigía hacia una gloria tan excelsa, sentían más alegría que pena». También el pueblo entero de Ferreries e incluso algunos soldados manifestaron su amor y respeto hacia el mártir Juan Huguet desfilando ante el cadáver e incluso un piquete de soldados le rindió honores cuando el cadáver era conducido al cementerio.

Fructuoso y sus diáconos habían sido atados al ir a entrar en la hoguera. «Cuando se hubieron consumido los cordeles con que ataron sus manos, Fructuoso, recordando la costumbre que tenía durante la plegaria divina, se arrodilló jubiloso y, seguro de la resurrección, oraba a Dios con las manos alzadas, signo de la cruz victoriosa del Señor». De modo semejante, cuando Juan Huguet iba a dar el precioso testimonio de su fe levantó los brazos en cruz y con voz fuerte exclamó: «¡Viva Cristo Rey!».