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Al ser humano le ponen los deportes de riesgo. Hay tres, en concreto, que nos hacen vivir una experiencia extrasensorial, de aquellas que nos recuerdan que estamos vivos, que nos pega un subidón de adrenalina de tres pares. Nadar con el gran tiburón blanco, marcarse un Félix Baumgartner -o saltar al vacío desde una nave espacial que pulula por la Estratosfera, a unos 40 kilómetros del suelo- y hacer la compra mensual el primer sábado por la mañana de cada mes.

Menudo pitote se arma en los pasillos de cualquier supermercado. El estrés, las prisas, los pisotones y los choques de carrito con partes cada vez menos amistosos transforman lo que debiera ser una apacible rutina en algo similar al «Corazón de las tinieblas», de Joseph Conrad. Sí, aquella novela en la que se basó «Apocalypse Now», la película de Ford Coppola en la que al protagonista -Marlon Brando- se le va la olla.

Con el efectivo empeño de las empresas en recortar cada vez más los sueldos, las familias tienen que hacer auténticos malabares para cuadrar el presupuesto. Por ello la despensa tiene menos stock a final de mes que una tienda de hielo en mitad del desierto. Cuando acaba el mes y ya hemos apurado hasta la ración de emergencia del arroz a la cubana que guardamos por si llega la Guerra Nuclear o los zombies se hartan del reposo eterno toca hacer la lista y enfilar rumbo al súper, con la incógnita de si será lo último que hagamos.

Los empresarios, que han vendido su alma al diablo y son más malos que el chaval que le hacía bullying al buenazo de Marco y su mono Amedio, saben que a las tiendas vamos con hambre y, sobre todo, con ganas de largarnos cuanto antes. Por ello ponen ofertas a mansalva que hace que la gente literalmente se vuelva loca. Según informes no oficiales, la oferta de dos kilos de gambas frescas al precio de uno y el «compre tres botellas de aceite virgen de oliva extra y pague dos» han provocado unas avalanchas que le han costado la vida a casi tantas personas como en la última epidemia zombie que la ONU ha encubierto.

Pero la verdad es que una visita el sábado al súper viene bien cada cierto tiempo. Nos ayuda a recordar lo afortunados que somos aquellos que podemos hacer la compra un día entre la semana y a reorganizar nuestras prioridades en la vida. El secreto de la existencia va más allá de la oferta de los calamares congelados. Aunque no mucho más.

dgelabertpetrus@gmail.com