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Carta desde Oak Ridge

Benjamín Carreras

Al analizar cualquier fenómeno o acontecimiento uno necesita medidas bien definidas que permitan cuantificar el caso y compararlo con otros. Por ejemplo, algo muy simple es que al preparar un viaje compare dos posibles ciudades a visitar. Una primera pregunta que me puedo hacer es cual está mas lejos de donde vivo. Una manera de responder es medir la distancia en línea recta sobre el mapa de mi ciudad a las otras dos. Claro que no siempre puede ser la mejor indicación ya que las carreteras que la conectan pueden tener desvíos muy distintos. Por tanto, puede ser mejor comparar la distancia por carretera entre las ciudades. Pero, una carretera puede subir por montaña y tener muchas curvas y la otra ser una autopista. Entonces aun mejor medida puede ser cuanto se tarda en coche de ir de una a otra. Así dependiendo de que información necesite sobre ello, uno usa la medida que da la información más adecuada.

Hay casos en que no es fácil definir una medida. Recuerdo que después de mi primera intervención quirúrgica en EE. UU., la enfermera vino y me preguntó: ¿Entre uno a diez que nivel de dolor tienes? Entre el atontamiento de la anestesia y la sorpresa de la pregunta no recuerdo exactamente lo que respondí, no tenía ni idea de como cuantificar mi dolor. Pero claro, entiendo que médicos y enfermeras necesiten saber como tratar tu dolor y el dolor tiene carácter muy subjetivo y es difícil de medir.

Nos podemos encontrar entre estos casos extremos si nos preguntamos como medir el nivel de corrupción de un Estado. En EE. UU., ha habido recientemente interés en este tema por la condena por corrupción del Gobernador del estado de Virginia. En este tema Reid Wilson del «Washington Post» ha publicado un artículo comparando el nivel de corrupción de los estados usando diferentes medidas. La primera es la del numero de oficiales públicos condenados por corrupción en diferentes estados entre 1998 y 2007. Se basa en datos hechos públicos por el Departamento de Justicia.

Con esta medida Florida, Nueva York y Texas ocupan los tres primeros puestos con 824, 704 y 565 condenados respectivamente. Claro que en este caso uno puede argumentar que estos estados están a la cabeza porque son estados con una elevada población y por tanto con muchos cargos públicos.

Una medida alternativa puede ser la del número de condenados por año y por millón de habitantes. Al usar esta medida, el cuadro cambia totalmente, a la cabeza y con gran diferencia sobre los demás están el Distrito de Colombia, en donde está Washington, las islas Vírgenes y el territorio de Guam con 66.9, 46.9 y 40.5 condenados por año y por millón de habitantes. Uno no tiene que tener mucha imaginación para entender porque estos tres están a la cabeza. Los tres siguientes ya son estados «normales», Dakota del norte, Alaska y Luisiana con 8.3, 7.9 y 7.5 convictos por año y por millón de habitantes. A la cola de los 50 estados están New Hampshire, Oregon y Nebraska con solo 1.1, 1 y 0.7.

Viendo esos resultados me pregunté: ¿en donde de situaría España? El primer problema que tuve es el de buscar los datos. No fui capaz de encontrar información de este tipo del Ministerio de Justicia, así que busqué en internet compilaciones que se han hecho basándose en informaciones de los periódicos. Para los tres últimos años es cuando encontré informaciones más completas. Evidentemente estos datos no son totalmente fiables. Pero si los uso llego a la cifra de 0.25 convictos por año y por millón de habitantes. Si esto es cierto, uno concluye que el estado español, como el brazo de Santa Teresa, es incorruptible.

Claro que por otra parte hay informes sobre la percepción de corrupción hechos por Transparencia Internacional que sitúan a EE. UU. en el puesto 19 y España en 40. En este caso como más alto peor es la percepción. Mirando esos informes uno saca la impresión opuesta al análisis anterior. Pensándolo bien, el contar el número de condenas a oficiales públicos puede que no sea la mejor medida de corrupción si hay que incluir a España.