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El doctor Bosch, quien se viene ocupando con impecable tino y franca cordialidad de la salud de mis ojos, ejerce además, desde su tribuna periodística (de la que soy devoto), como faro que me orienta en la tarea de ordenar una realidad normalmente mal iluminada.

Sabedor de mi interés por el tema, me recomendó hace unos días la lectura de un interesante artículo de Ignacio Urquizu titulado «Aclaremonos,¿qué democracia queremos?».

Ya comenté con él las impresiones que las notas de Urquizu me causaron, y ahora me gustaría compartirlas con ustedes, si es que no tienen nada mejor que hacer mientras toman su cafelito.
Pues bien, personalmente ya me he aclarado al respecto y manifiesto contundente que apuesto por una democracia directa.

Suiza no parece desde luego un país intachable. De hecho creo que tiene un defectillo que no me ha pasado del todo desapercibido: gran parte de su prosperidad proviene de custodiar dinero negro (cuando no manchado además de sangre) acumulado por los que saben de esas cosas. Ahora bien, aún del mismo diablo se pueden sacar enseñanzas, de manera que sí yo quisiera profundizar en las virtudes teologales no acudiría al magisterio de Satán, pero en caso de pretender mejorar mi horno me fijaría bien en el suyo dado que lleva funcionando la tira de tiempo sin que se hayan reportado averías serias.

Pues bien, el diablillo suizo borda la democracia directa, y de su maestría en este terreno copiaría al menos dos aspectos. A saber:

A un suizo (que no es que habite otra galaxia, sino el centro de gravedad europeo, ósea, aquí al lado), se le ofrecen tres fórmulas para votar. Puede hacerlo a la lista de un partido tal y como viene de fábrica; puede también tachar de esa lista a quien considere un capullo o puntuar dos o tres veces a quien valore como un crack, y puede añadir a la lista un nombre proveniente de otra distinta; puede finalmente construir la suya propia. Con su decisión, un mecanismo cuyo funcionamiento ignoro pero conozco que existe y opera a la perfección, se ocupa de ponderar su opción en el cómputo total.

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Pues bien, yo quiero poder hacer eso, ya que presumiblemente tengo los mismos cromosomas que un suizo y considero que su sistema es más justo y sirve efectivamente para premiar o reprochar a los candidatos concretos su actividad previa o posterior al comicio.

Un segundo aspecto envidiable consiste en que un suizo puede, si considera que una ley no mola suficientemente, intentar convencer a un determinado porcentaje de personas de que está en lo cierto, y si lo hace, se celebrará una consulta, y si de esa consulta surge un resultado mayoritario que aplaude su visión, la ley quedará derogada.

También pueden los ciudadanos sugerir la creación de una nueva ley, y si la idea vuelve a tener un número suficiente de admiradores, esta pasa a ser consultada en referéndum, y de esta manera el contribuyente puede promulgar leyes tan válidas como las del parlamento.

Y a mí esto también me mola cantidad. De hecho me precipitaría a impulsar una ley que obligue a los depredadores de lo público condenados, a devolver lo robado como condición previa a abandonar la cárcel, por abrir uno entre los innumerables y jugosos melones que ayudarían a devolvernos la sonrisa.

¿Inconvenientes?
Se podría pensar que con este sistema no ganaríamos para referéndums, pero la realidad confirma que los políticos, sometidos así al control del ciudadano se lo piensan tres veces antes de dictar una ley como la del embudo por ejemplo, ya que se temen, con razón, que los ciudadanos se la desmantelarán.

Se podría pensar que los españolitos no estamos tan preparados para participar directamente en el gobierno de la nación como los suizos, pero ¿En dónde está escrito que tengamos que conformarnos, pasivos, ante la idea de que nos sigan tomando el pelo por los siglos de los siglos? ¿En dónde está escrita nuestra condena a soportar el yugo que nos unzan unos mediocres ávidos de pasta y poder? ¿No sería hora de que nos olvidemos de Alfredo Landa y del lazarillo de Tormes y al menos intentemos seriamente mejorar nuestra calidad personal y democrática?
Si nada cambiamos, cuando despertemos de las elecciones nuestro infiernillo seguirá encendido.