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No creo pecar de exagerado si afirmo que a lo largo de la historia se han producido no pocas injusticias y canalladas, perpetradas en algunos casos por peones, pero más frecuente y contundentemente por quienes detentan la propiedad del mango sartenalicio.

En tales ocasiones se ha utilizado tradicionalmente la mentira para justificar vilezas o simplemente para ocultarlas.

En los tiempos que corren, la mentira, aunque siga siendo bastante popular, no es ya la única herramienta que los listos gustan de utilizar para las operaciones de camuflaje, ya que comienza a cobrar fuerza entre los estadistas y el público en general el uso añadido de la IP (incongruencia prístina), instrumento que al parecer, y al contrario de lo que sucede con la mentira, no precisa de maquillaje alguno: se cae en una IP y ya está, no tiene efectos secundarios ni contraindicaciones.

IP es por ejemplo que a la Unión Europea le parezca estupendo que un levantamiento en las calles (eso si, extramuros) derribe por la fuerza un gobierno con mayoría parlamentaria, en una democracia que no debía ser tan bananera, ya que tuvo el apoyo de la propia UE para comenzar un proceso de futura integración, justificándose esta paradoja en el hecho que el presidente de ese gobierno (Yanukóvich) tenía una gran casa con helipuerto y muchos coches en el garaje; era corrupto, para entendernos.

Parece ser que no existen en Europa arrimados al poder que tengan guardada en Suiza pasta suficiente como para comprar dos veces la casa del choricete ucraniano y por consiguiente una primavera europea no sería seguramente tan celebrada en nuestro animado parque temático dedicado a la farsa.

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Tampoco suena muy coherente que EEUU se escandalice del gustillo que siente Rusia por invadir países. Ha de tener mucho morro un inquilino de la Casa Blanca para espantarse de ello sin partirse simultáneamente de risa.

Tampoco es para mear y no echar gota que Putin, Erdogan, Asad, Maduro y Mugabe denuncien una gran conspiración internacional que estaría achuchándo a sus propios súbditos. Como si no hubieran urdido estos entrañables pavos creativas conspiraciones durante sus transparentes e intachables carreras.

¿Y no suena a IP de libro que Artur Mas considere para sí como derecho inalienable lo mismo que tacharía (horrorizado) de ilegal para una comarca de Cataluña que le exigiera a él lo que él pide a España?
Ni deja tampoco de tener guasa lo de los colonos israelíes que choricean las tierras de los palestinos y luego se van al muro de las lamentaciones a escenificar su profunda religiosidad, o los curas pederastas a quienes les parece perfectamente compatible ese repugnante horror con pronunciar puritanas homilías.

¿Fue acaso coherente la actitud de los profesionales de la televisión valenciana al quejarse amargamente del cierre del canal que les impidió seguir prostituyéndose, esto es continuar omitiendo información y tergiversando la realidad al dictado de la Generalitat, según ellos mismos confesaron haber estado haciendo a cambio de un sueldo?

¿No suena así mismo monumental IP que a Jaume Matas le esté conviniendo, y mucho, que el gobierno retrase su pronunciamiento sobre su indulto, ya que contrariamente a lo justo, y quizás a lo legal, la petición de indulto no debiera suponer la paralización de la condena salvo en caso de pena de muerte, excepción comprensible y congruente -está sí- por la fundada sospecha de que un indulto no resulta en ese caso demasiado operativo al fiambre?

Mi hipótesis sobre esta plaga de IPes es que estos tiempos de mierda ( perdonen la expresión) han visto parir una nueva criatura que, a sus oportunísimas prestaciones, suma la de permitir sortear con mayor limpieza y ahorro de medios las patéticas explicaciones que la casta de los pringados pedimos, casi siempre desesperanzados, sobre el funcionamiento real de la política, la economía y la moral.
Ese nuevo y prodigioso gadget, producto de un injerto en el árbol de la manipulación, destila simultáneamente dos productos tremendamente competitivos, aunque bastante venenosos. Mientras unas ramas proporcionan varas de medir, de otras brotan versiones última generación de la ley del embudo.