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Hay un vecino de la isla que tiene todas las ventanas cerradas todos los días desde que llegó. Y solo en la terraza reposan dos pajaritos dentro de una jaula. Observo desde la esquina de enfrente la casa de este residente y el panorama no puede ser más desolador, escuchando trinar a esos inocentes y no sé si trinan por romper la tristeza, o como forma de protesta porque están presos. En eso pasan por la acera dos mujeres cubiertas desde los tobillos hasta más allá de las cejas, tapándose el cabello, de túnica negras, marrones, azul marino, -para no llamar la atención, pero la llaman-, con sus bolsas de la compra y rodeadas de niños -ellos como sus maridos sí que van al descubierto-.

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Cinco minutos más tarde pasa un hombre europeo por delante de mis morros con el pan bajo el brazo leyendo el diario por la página que alcanzo a ojear desde arriba. Una foto impera en la doble página: largas colas de sacos esperando para votar en las elecciones de Afganistán. Pero no es arte abstracto, esos sacos tienen manos que enseñan el dni y llevan en sus brazos a bebés. Intuyo que se trata de mujeres, ataviadas y con celosía en su mirada. Uf! demasiadas cosas cerradas a la vida en tan solo unos pocos minutos. Cuando tengo un sol radiante invitándome a salir; donde las hojas de los plataneros brotan con el aire; veleros impulsados por esa brisa marcan ruta para surcar el mar; deportistas se cruzan haciendo jogging.

Todo en la vida son elecciones que haces. Elegimos en cada momento lo que queremos ser, cómo queremos vivir y de qué manera. Personalmente puedo respetar hasta un cierto punto como ser vivo, como persona, como mujer, pero no comparto. La idea me ahoga: estar encerrada en una casa; en una jaula; en un sayón con velo y sayón con celosía. Sería renunciar y tirar con absoluto desprecio por lo que lucharon aquellas mujeres (siglos XVIII-XIX) por la independencia y por nuestros derechos y libertades, que hace un mes celebramos el 8 de marzo. Estoy convencida que haciendo equipo con esos hombres, educándolos, tomando conciencia de nuestro sexo equiparemos las fuerzas. Y si... abriéramos las ventanas, la jaula, y quitáramos delicadamente esos vestuarios tan pesados y tupidos. Unos saldrían a saborear la libertad nada más ofrecerle esa oportunidad. Otros se quedarían parados como el preso que solo conoce sus días entre barrotes. Inmóviles esperarían a que su nueva sensación fuera normal para poder dar un paso al frente, y empezar a vivir de otra manera.