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Sabes que cualquiera hijo de vecino buscaría su billete de doscientos euros, en el caso de que lo hubiera perdido. O su «Ipad» o las llaves de su automóvil. Jamás has extraviado un billete de doscientos euros, entre otras cosas porque rara vez lo has tenido. Tampoco un costoso móvil. Cuando compraste el que tienes ahora, la dependienta lo tildó de «modelo para viejos». Pero sí que has olvidado, en los sitios más inverosímiles, las llaves de tu «Seat» o, incluso, el «Seat» mismo. En esas ocasiones exasperantes, cualquier hijo de vecino, sí, y tú mismo, habéis iniciado como una enfebrecida procesión para hallar el objeto, transitando de nuevo por todos los lugares visitados y aplicando, como aficionados, el método deductivo que tan buenos resultados le diera a Holmes en sus aventuras, olvidando, sin embargo, que vuestra pericia era más propia de Watson que de Sherlock. Recuerdas, en este sentido, un día en que las encontraste en la nevera. Las llaves del «Seat», no el «Seat». Afortunadamente, te percataste entonces de que todavía no habías enloquecido porque, por lo menos, no intentaste abrir el coche con el tarro de la leche…

No os agrada traspapelar objetos, no. Aunque sean reemplazables, inanes… Y, sin embargo, os cuesta una barbaridad ir en busca de otras cosas que se antojan como esenciales. El amor no es, en este sentido, una excepción…

Tal vez a causa de tu profesión asistes hoy a demasiados desencuentros: familias desestructuradas; padres e hijos distanciados; disputas entre hermanos; rencillas de amigos; olvidos preñados de desamor hacia quienes quisisteis y un largo etcétera. Quizás el proceso comenzó —te susurras- cuando lo banalizasteis todo, cuando confundisteis amor con sexo, paternidad con juego, amistad con juerga, familia con accidente, profesión con pelotazo, vecindad con molestia y sociedad de bienestar con narcisismo. Ese narcisismo que situaba vuestro yo en el centro del universo, exiliando de él cualquier cosa que supusiera paciencia, responsabilidad, lealtad, cariño, vocación, solidaridad y altruismo. Así, el amor dejaba de exigir paciencia; la paternidad, responsabilidad; la amistad, lealtad; la familia, cariño; la profesión, vocación y la vecindad o la sociedad, solidaridad. Y os quedasteis así: sin paciencia, sin responsabilidad, sin lealtad, sin cariño, sin vocación y sin solidaridad… Sin valores, en definitiva, esos que, a modo de autodefensa, y por molestos, comenzasteis a tildar como vestigio del pasado…

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Has asistido, efectivamente, a demasiados desencuentros: divorcios o separaciones rápidas, frecuentemente por motivos inanes; rupturas paterno-filiales; alejamientos entre hermanos y un largo etcétera… Y, en ocasiones, te has preguntado si en esas relaciones variopintas que configuran el devenir humano, hubo amor. Si no lo hubo, habrá que dejarlo estar… Pero sí verdaderamente lo hubo, tal vez sería bueno ir en su busca; averiguar dónde y en qué momento preciso lo perdisteis y por qué; recoger las piezas rotas y reconstruir la totalidad con el pegamento del perdón mutuo; desandar, una y otra vez, lo andado, hasta recuperar aquello que dio sentido a vuestras vidas y existencias… Como quien busca —pero ahora con mayor motivo- las llaves del coche…

Has asistido —lo repites- a demasiados desencuentros y sabes de sus efectos multiplicadores: el matrimonial que genera uno paterno-filial que origina uno familiar, que explica uno a nivel de amistad, hasta llegar al social… Dicen que una persona sin valores es como un coche sin frenos y que, consecuentemente, el encontronazo es mera cuestión de tiempo. Existen, ya, demasiados coches de esos circulando por vuestras vidas y por el mundo en el que vivís...

Sería estúpido ir en busca de un billete perdido y no hacer otro tanto con el amor. A no ser que éste o no hubiera existido nunca o hubiera tenido, para vosotros, tristemente, un valor inferior a doscientos euros…