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La noche de un sábado César estaba celebrando su cuarenta cumpleaños en un bar de copas de una ciudad cuyo nombre importa poco y de la que solo diré que cada vez viven en ella más gafapastas, una especie que en nuestra Menorca escasea. Según la frikipedia debemos entender por gafapasta toda persona intelectualoide que solo ve cine francés en versión original, lee revistas de crítica literaria, lleva ropa muy cara que parece vieja y es incondicional del director de cine Jean-Luc Godard. El ambiente era distendido y alegre, los cuarenta es una edad simbólica sobre la que se ha derramado muchísima literatura, aunque ahora mismo la crisis global lo eclipsa todo, no son pocos los libros y artículos escritos sobre la crisis de los cuarenta.

Pero volvamos a la fiesta, que me voy más por las ramas que los portavoces políticos explicando sus casos de corrupción. Pasadas las dos de la madrugada entró en el bar una señora con gabardina, una señora de unos sesenta años, pelo blanco corto. Debajo de la gabardina llevaba unos vaqueros ni muy nuevos ni muy viejos y unos zapatos tirando a más viejos que nuevos, Entró en silencio y se colocó de pie en una esquina detrás de un grupo que bailaba alegremente en círculo, es la forma tradicional de colocarse para bailar cuando no se sabe bailar ya que el circulo hace que se dé la espalda al resto del bar y solo veamos de frente a nuestros amigos, además es muy típico que se vaya sacando de forma voluntaria, o no, a cada miembro del grupo a realizar su particular coreografía en medio de todos, una especie de terapia de ayuda grupal o algo parecido. Este ritual se está perdiendo en los sitios donde se ha puesto de moda el baile en línea, no tengo nada en contra de esta modalidad de baile, pero en un mundo donde faltan abrazos me gustan los bailes de más cerca.

La señora con gabardina permaneció quieta y en silencio durante más de media hora, nadie reparó en ella, nadie le dijo nada, solo César que como anfitrión estaba pendiente de quién entraba y de quién se iba la vio. Cuando César, que es tímido, decidió acercarse para hablar con ella a ver si buscaba a alguien, entró un hombre de mediana edad, la cogió de la mano y sin mediar palabra salieron juntos del bar.

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César no es un gafapasta pero sí que tiene secuelas de su época universitaria cuando tuvo una novia holandesa que le llevaba a ver cine en versión original y le leía párrafos de la «Critica de la razón pura» de Kant al oído, estarán conmigo queridos lectores que experiencias como esta dejan huella. Así que al día siguiente de la fiesta mientras se tomaba un café en la cocina de su casa César se puso a reflexionar sobre la misteriosa mujer de la gabardina y lo descolocada que se la veía en aquel bar de copas.

¿Dónde debemos colocarnos cada uno de nosotros? ¿Estamos condenados por cuna, y genética, a ser lo que somos? ¿Qué margen de de maniobra real tenemos para cambiar nuestro destino? Alguien escribió que «nuestra libertad es la ignorancia de la historia de nuestros condicionamientos», es decir que cuando creemos elegir algo libremente lo que realmente ocurre es que ya estábamos obligados a hacerlo pero no tenemos conciencia de dicha obligación. Si es así, qué sentido tiene intentar cambiar las cosas. Y lo más importante; ¿decidió la señora con gabardina libremente entrar en aquella fiesta?

Estando en esas elucubraciones le llegó un whatsapp al móvil preguntándole: «qué haces», a lo que César contestó con un: «Maldita crisis de los cuarenta».

conderechoareplicamenorca@gmail.com