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El Rey Juan Carlos inició su reinado lastrado por los rigores fundamentalistas de una dictadura militarista, que había hecho huir al anterior rey a Italia, y que se reivindicaba salvadora de la patria. No se lo pusieron fácil, y su hijo tampoco lo va a tener nada fácil, pues se va a encontrar a un país sumido en una profunda crisis, desencantado con los políticos, con cerca de seis millones de parados, que tienen que soportar como mientras los que se dicen sus representantes, ni los escuchan ni son capaces de ponerle esperanza a su dolorosa situación, y encima tienen que ver a una miríada de corruptos a la espera de que la Justicia siga dilatando tanto su sinvergonzonería, que finalmente sus latrocinios prescriban. Y, si se les llega a condenar, se les indultan y «a otra cosa mariposa».

El nuevo rey, encontrará a una monarquía muy cuestionada, heredará con la Corona el pesado lastre de algunos personajes de su propio entorno, que han dañado gravemente a la institución monárquica. Lo de Undargarín ha sido un torpedo en la línea de flotación del barco monárquico, sin olvidar a su propia hermana Cristina, que a los ojos de la ciudadanía no está libre de pecado en los trapicheos de su marido. Ha sido un grave error no sustanciar con prontitud y ejemplaridad esta impresentable y vergonzosa situación. De manera que los errores se han ido convirtiendo en horrores de tantos sobarlos en otro de los interminables sumarios que han increpado con razón al personal, que a fuerza de buscar una salida, se han puesto algunos a soplar sobre el rescoldo de lo que quedaba en las cenizas de la república, avivando una llama que sólo necesita algo de leña en forma de cualquier otro error monárquico, para que se forme una hoguera vaya usted a saber de qué proporciones.

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Otro tema con el que el futuro rey deberá aprender a convivir es el de la crítica. A su señor padre le concedió la prensa largos años de «ver, oír y callar». Todo eso ahora se ha terminado, y, siendo doña Letizia periodista de carrera, bien hará en escucharla, que sin duda de esto algo tiene que saber.

El futuro Rey Felipe VI se dará enseguida cuenta que sobre sus reales hombros estará depositada la consolidación de la monarquía, porque en ese sentido, lo que la monarquía últimamente ha tenido, ha sido a juancarlistas. De hecho, cuando ha llegado el declive físico de don Juan Carlos, muchos se han acordado de la república. Pero no va a ser fácil que los juancarlistas que apoyaron a su padre lo vaya a heredar su hijo reciclados en felipistas.

Fatalmente, para ponerle al nuevo rey un horizonte con la oscuridad real de un panorama desalentador, ahí estará también el independentismo vasco pero más próximo y apremiante el catalán, con una España que como mal menor, puede estar encaminándose al federalismo. Por eso entre otras cosas, a Felipe VI, no le queda otro camino que manejar con firmeza para ganarse la empatía del pueblo, la austeridad, porque no está España para fiestas monárquicas. Pasado el fasto del nombramiento y empezando ya a reinar, deberá apoyarse con decisión y prontitud en la transparencia del cómo y en qué se invierte el dinero que cuesta la institución monárquica, cosas que ya hacen otras casas reales. Mostrarse enérgico con el problema de la corrupción y conseguir que la ciudadanía lo perciba; rodearse de profesionales, eliminando a los aduladores. En fin, todo un reto a la altura sólo de una mentalidad con la visión muy clara de la situación, y ni aun así, lo va a tener nada fácil.