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El insolente sol de mediodía abrumaba el patio interior de humedad y sofoco, donde languidecían, cabizbajas, las verdes ramas de la bella palmera… En medio del patio estacionaba una brillante furgoneta nueva, adonde varios niños transportaban lo que, sin duda, serían los utensilios y avíos de/para una inevitable paella, que, vistos los atuendos y los juguetes de los protagonistas, iba a ser marinera.

- No os olvidéis de la sal -advirtió con énfasis sa madona.

Sa Madona vestía un extravagante pareo transparente sobre un minúsculo tanga, los niños iban medio desnudos y el 'jefe', sentado en la furgoneta con el aire acondicionado puesto, leía «Es Diari» y fumaba su pipa. Sa Madona, que me había apercibido detrás de mi ventana del primer piso, musitó:

- Seguro que el de arriba me está mirando el culo.

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- Luego va y lo cuenta por ahí…

Las bicicletas y los plásticos para navegar tuvieron alguna dificultad para acomodarse todos. La única hija, que no tendría más de 6 años, reclamó el top del bañador para tapar sus inexistencias; el padre, se carcajeó, mientras madona aceptaba complacientemente: «Así quedarás más mona»– decidió. Y es que a ser cursi, se empieza pronto…

Cuando, al fin, el coche se puso en marcha, el 'jefe' me saludó mano en alto. Pero al cabo de poco, volví a oír el motor: otra vez se habían olvidado de la sal...