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La lucha contra el virus del ébola nos recuerda nuestra fragilidad y vulnerabilidad ante el contagio. Muchos se ponen aprensivos y temen que traspase las fronteras de África o la valla de Melilla. Cada cierto tiempo hay alertas de peligro: vacas locas, gripe aviar, sida... Y más de uno pondría en funcionamiento el Lazareto. Afortunadamente, nuestro sistema sanitario y las organizaciones internacionales, son la mejor garantía para evitar el desastre. Debemos agradecer su labor callada y constante, que cuando se trata de la salud no tiene precio. La investigación médico-farmacéutica parece que ha conseguido un suero experimental, con el que se han curado dos cooperantes estadounidenses. El virus se transmite a los humanos a través de murciélagos y su tratamiento se prueba en monos y ratones. El aislamiento de las personas infectadas es una medida imprescindible para evitar males mayores.

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Se contagian muchas cosas cuando uno vive en sociedad, tanto lo bueno como lo malo. La risa es muy contagiosa, pero también el miedo o la corrupción. Por eso nos preguntamos que les estamos transmitiendo a los niños y jóvenes que serán los adultos de mañana. ¿Qué opinan a partir de lo que viven cada día, de lo que escuchan o ven en los medios de comunicación, de lo que comparten en la red o del ejemplo que ven en sus padres y educadores? Como el riesgo de contagio existe, tal vez necesitamos educar la política y despolitizar la educación.